domingo, 10 de octubre de 2010

CAPÍTULO 9: SIN ESPERANZA

Cuando Hermione despertó el cuerpo le dolía tanto que en vez de haber pasado toda la noche durmiendo sobre cómodos cojines y envuelta entre finas sábanas, más bien parecía que la hubiesen aporreado hasta el amanecer. Le dolía cada ínfima fracción de la piel, así como los músculos y las articulaciones. Estaba tan acostumbrada a dormir acurrucada sobre las irregulares baldosas de la celda que su cuerpo no había sido capaz de asimilar en una sola noche el mullido tacto del colchón.

Gran parte de la noche la había pasado despierta con la mirada fija en Ginny. No podía quitarse de la cabeza la citación. Si ella moría, ¿quién cuidaría de la pequeña de los Weasley? ¿Quién la protegería e intentaría buscar una forma de despertarla si esa misma noche Hermione desaparecía sin dejar rastro? No podía dejarla sola allí, pero llevársela consigo era una auténtica locura. Al final acabaría consiguiendo que las matasen a las dos.

Unos débiles y persistentes golpecitos en la puerta la abstrajeron de sus pensamientos.

—Jean, Ginny, os he preparado el baño—la voz de Cathy se hizo oír desde el otro lado de la gruesa puerta de madera—. Os he dejado toallas y ropa limpia junto a la bañera.

—Muchas gracias—susurró la castaña con la voz ahogada por la sorpresa.

Hacía tanto tiempo que nadie era agradable con ella que su primer impulso al escuchar los golpes había sido asir con fuerza la varita y apuntar con ésta hacia la puerta, lista para atacar si era necesario. Para entonces se sentía ridícula, y más aún porque nadie en el mundo mágico la conocía por el nombre de Jean. Cathy era la única persona que la llamaba así desde el día en que nació. Solía decir que Hermione era un nombre carente de poder. Proclamaba constantemente a los cuatro vientos que Jean mostraba al mundo el carácter y la fuerza que la castaña poseía y que, por esa sencilla razón, no encontraba lógico llamarla por el nombre de Hermione.

Otra cosa que la había dejado descolocada era el hecho de que Cathy les hubiese preparado un baño a ambas. Quizá Bob y ella, al no tener noticias de Hermione durante la noche, hubiesen presupuesto que el estado de Ginny había mejorado a lo largo de ésta. Tenía que inventarse algo para que no fisgoneasen. Si veían a Ginny en ese estado letárgico lo más seguro es que creyesen que estaba muerta, y no quería ni pensar qué sucedería si Cathy y Bob llegasen a conjeturar que había sido capaz de dormir junto al cadáver de su mejor amiga sin inmutarse lo más mínimo.

Tan sólo abandonar la habitación, Cathy la abordó con una serie de preguntas para las que Hermione ya había planteado respuestas.

—¿Y tú compañera? ¿Cómo se encuentra? ¿Habéis pasado una buena noche? —la interceptó intentando asomar la cabeza por el pequeño resquicio que había entre el marco y la puerta.

Hermione, sin alterarse, cerró lentamente la puerta tras de sí a la vez que esbozaba una sonrisa. Las comisuras de los labios se le tensaron irremediablemente en un intento por mantener la compostura.

—Se encuentra mejor, pero un poco cansada—dijo—. A poder ser, agradecería que no la despertaseis. Le cuesta mucho conciliar el sueño y apenas hace una hora que ha conseguido dormirse. Ha pasado toda la noche en vela—sin revelar ningún signo de falsedad, Hermione se frotó los ojos dejando entrever lo agotada que estaba.

—Y por lo que veo tú tampoco has dormido demasiado. Debías estar preocupada por tu amiga, ¿verdad?—preguntó la rechoncha mujer sin esperar una respuesta—. Es lógico. Una vez Bob enfermó de gripe. Estuvo tres días en cama. Apenas pegué ojo hasta que se recuperó—Cathy sonrió mostrando todos y cada uno de los dientes superiores, amontonados desordenadamente unos sobre otros—. ¿Y cómo pudisteis caeros por el barranco? El camino está lleno de señales.

Hermione se masajeó la dolorida nuca. Seguramente había pasado gran parte de la noche en una mala postura. El cuello le daba insistentes pinchazos recriminatorios.

—La verdad es que no lo recuerdo muy bien. Sólo recuerdo que la tierra estaba húmeda y resbaladiza, que empezaba a anochecer y que Ginny tropezó—inventó sobre la marcha—. Al intentar cogerla, resbalé y caímos por la pendiente—la castaña rió como si se burlase abiertamente de su propia torpeza—. Supongo que hemos tenido suerte.

—Yo siempre he dicho que no hay nada más importante que la suerte; es la que dirige nuestras vidas—aseguró Cathy con seriedad.

—La suerte es importante—coincidió Hermione—. Por cierto, no recuerdo muy bien dónde queda el Barranco Muerto. Me gustaría ir esta tarde a echarle un vistazo. No querría que volviese a pasarnos algo parecido en el viaje de vuelta.

Cathy dejó escapar una sonora carcajada antes de asegurarle que guardaba en su cuarto un par de mapas de la zona y que no tenía ningún inconveniente en regalarle uno de ellos.

—Si quieres Bob puede acompañarte. Le fascina el bosque. Estoy segura de que estaría encantado de…

—Preferiría ir sola—la cortó Hermione con sequedad. No estaba dispuesta a poner en peligro a más gente—. Aún así me encantaría que un día de éstos Bob me enseñase la zona. Hacía muchos años que no visitaba éste lugar.

—Y que lo digas. Sólo eras una niña la última vez que te vi, y mírate ahora—un deje de nostalgia asomó de sus ojos azules—. ¿Cómo están John y Helen? —la mirada de Hermione buscó un punto muerto lejos de las indagaciones de Cathy—. Supongo que estarán orgullosos de que te hayas convertido en toda una mujer, y lista—añadió haciendo hincapié en ello—. Siempre has sido muy inteligente, mucho más que los otros niños. Recuerdo una vez, cuando Helen nos invitó a Bob y a mí a la casita que teníais en la playa y tú me recitaste de memoria todos los pasajes de la dichosa Biblia. Santo Dios, no podía creer que sólo te la hubieses leído un par de veces antes de explicarme la diferencia que hay entre la Biblia protestante y la católica. Fue una charla muy inspiradora, ya lo creo que sí —la campanilla de la entrada tintineó con fuerza anunciando la llegada de inesperados huéspedes—. Clientes—susurró Cathy delineando una despampanante sonrisa.

Sin mitigar la sonrisa, bajó apresuradamente los escalones en dirección al recibidor.

Una vez sola, Hermione volvió a ahogarse en la realidad. Hablar con Cathy le había hecho desenterrar viejos recuerdos, viejos sentimientos, viejos acontecimientos que no podía cambiar y que mucho tiempo atrás se había obligado a olvidar.

Arrastrando los pies por la moqueta se dirigió al cuarto de baño. Antes de entrar echó un rápido vistazo a la entrada. Demasiado silencio. No se escuchaban voces provenientes de la planta baja, y eso le incomodaba. No recordaba la última vez que había podido escuchar la suave brisa exterior sin que ésta fuese sofocada por gritos o lamentos de dolor.



A las 19:27 de la tarde salió por la puerta del hostal cargando en el hombro derecho el saco de tela que tan bien le había venido a lo largo del viaje. En el interior guardó el mapa que Cathy le había regalado junto a la linterna que Bob le había prestado y un par de bollos de mantequilla recién horneados. También cargaba en el interior una de las tres mantas que había encontrado en casa de Nott, una lata de conservas que había decidido llevarse por pura precaución y la única botella de vino que tenía, por si el frío se intensificaba a medida que se internaba en el corazón del bosque.

Mientras caminaba se preguntó si habría hecho lo correcto dejando a Ginny al cuidado de Cathy y Bob, aunque realmente sabía que no tenía elección. Era eso o llevarla consigo, y estaba claro que la segunda opción no era la acertada. No era tan insensata como para creer que aquella citación era una muestra de auxilio.


Eran las 20:13 cuando Hermione llegó a su destino tras una corta parada para reubicarse, tomar uno de los bollos que le habían preparado para el viaje y dar un par de tragos a la botella de vino en un vano intento por calentar el cuerpo. Hacía un frío de muerte.

El Barranco Muerto era una extensión de rocas y tierra que se elevaba varios metros sobre la planicie. Al asomarse, Hermione comprobó que la superficie lisa que separaba el barranco en dos altas torres de piedra constituía el cauce del río Danish, un río que se había secado años atrás dejando sedimentos a lo largo de varios kilómetros montaña abajo.

Sin perder la calma, esperó largos minutos en silencio con la varita presa entre los dedos, preparada para atacar a la más mínima muestra de vida pero, a pesar de que la hora pactada se aproximaba, nadie acudió al lugar de encuentro.

Examinó con cautela el paisaje que la rodeaba intuyendo que algo importante se le estaba escapando. Era como intentar descifrar un acertijo que nadie había formulado.

Decidida a esperar, sacó la nota y la releyó una y otra vez mentalmente. De inmediato la sangre se le heló y cayó en la cuenta del tremendo error que había cometido. ¿Cómo había podido ser tan rematadamente inconsciente? Era una estúpida, una completa estúpida.

Sin esperar a atar todos los cabos, emprendió la carrera de vuelta. Los ojos se recubrieron de la molesta capa acuosa que daba paso a las lágrimas mientras avanzaba a toda velocidad entre los árboles. Para cuando llegase ya estarían muertos, y todo por su culpa. Desaparecerse y aparecerse era peligroso y contenía cierto riesgo, pero desaparecerse teniendo en poder cualquier objeto que los mortífagos pudiesen usar como rastreador…, eso era directamente un suicidio.

No podía creer que hubiese podido cometer semejante error de novata. Las varitas de los mortios estaban conectadas entre sí como los eslabones de una cadena. De forma que en caso de robo o posible fuga o traición de un miembro del ejército de Voldemort, sus seguidores pudiesen localizarlo y matarlo antes de que fuese siquiera capaz de pestañear. Muy poca gente tenía constancia de ello, incluso era posible que algunos mortífagos desconociesen esa potente conexión. Por un instante pensó en lanzar el arma lo más lejos posible de ella, pero ahora que la habían encontrado no tenía sentido hacer algo parecido. Necesitaba un arma con la que poder defenderse.

Gruesas nubes grises ciñeron el cielo estrellado cubriendo la luna y, con ella, la poca luz que ésta proyectaba. Hermione tropezó innumerables veces, se perdió, desanduvo el camino trazado, volvió a retomarlo, tropezó varias veces más y por fin llegó al hostal agotada y llena de golpes.

En el interior había luz. Desde su posición observó las deformadas sombras que se retorcían junto a la ventana reconociéndolas al instante. Eran Cathy y Bob. ¿Cómo era posible? Para ese entonces esperaba hallar un edificio en ruinas derrumbado sobre los cadáveres de sus amigos, pero nada más allá de la realidad. Se respiraba paz en el lugar, una tranquilidad artificial y comedida que Hermione se negó a aceptar.

—La casa está rodeada, ¿verdad? —preguntó al aire, y éste le respondió.

—Hay una docena de hombres esperando mi señal. Podría hacer que se esfumasen con un solo movimiento de mano—la voz se escuchaba cada vez más cerca hasta que se convirtió en un débil susurro junto a la oreja—. ¿Crees que debería ordenarles que se marchen, o prefieres que les de la señal para que terminen el trabajo que han venido a hacer?

Cada terminación nerviosa del cuerpo de Hermione reaccionó como si le hubiesen dado una descarga eléctrica. Le habían tendido una trampa de la manera más burda conocida por el hombre. Ahora todo dependía de Malfoy, de la decisión que tomase a partir de la negociación a la que ambos pudiesen llegar.

—¿Qué quieres que haga? —masculló entre dientes sintiendo la impotencia en carne viva por todos los poros de su piel.

—Pregunta errónea—dijo—. La pregunta correcta es: ¿Qué serías capaz de hacer para evitar una masacre?

Hermione cogió aire a la vez que el rostro se le desfiguraba. No podía soportar la idea de que volviesen a encerrarla, no quería volver a dejar que nadie la tocase, no toleraría que alguien abusase de ella de nuevo…, pero había algo mucho más importante que ella misma en el interior de aquella pintoresca casa que contemplaba desde lejos. Allí se encontraban Ginny, Cathy, Bob y seguramente una veintena de huéspedes. No permitiría que todos ellos muriesen por negarse a lo que, ya de por sí, estaba destinada. Había perdido y ahora quedaba la parte más difícil: asumirlo.

—Hoy me siento generoso. ¿Qué te parece si ordeno que mis hombres se desaparezcan y dejo en tus manos la vida de tus amigos? —el corazón de Hermione bombeó con fuerza en el instante en el que sus ojos se abrían como platos—. ¿Crees ser capaz de salvarlos a todos?

Draco hizo una seña con la mano y todos y cada uno de los encapuchados se perdieron en las sombras al instante.

Algo malo iba a ocurrir a continuación, lo presentía.

—Tic-tac, tic-tac…—canturreó Draco con entusiasmo—, el tiempo corre.

Sabiendo lo que iba a pasar mucho antes de que ocurriese, Hermione emprendió la carrera hacia el hostal gritándoles a los inquilinos que escapasen de allí cuanto antes, pero nadie pudo salir de la casa antes de que la explosión lo destruyese todo a su paso. Las ventanas reventaron alzando al vuelo cientos de cristales que se perdieron bajo la mata de humo negro que se elevevaba con rapidez hacia el cielo encapotado. Una inmensa llamarada de fuego consumió lentamente el edificio hasta no dejar más que cenizas y polvo ante los marchitos ojos de Hermione.

jueves, 7 de octubre de 2010

CAPÍTULO 8: SAQUEO, MENTIRAS Y UNA CITACIÓN

Con Nott colgando inerte de las cadenas y armada con una varita Hermione sabía que quizá, si la suerte estaba de su parte, pudiese huir de allí sin que nadie la interceptase por el camino y le hiciese frente. Aún así nunca hubiese imaginado que resultaría tan fácil abrir la puerta de la celda, desencadenar a Ginny, cargarla sobre los hombros y recorrer el pasillo que conectaba las celdas a la primera planta sin que nadie se cruzase entre ella y la libertad. El lugar estaba desierto. No se respiraba ni una sola alma en aquella especie de casa de desmesuradas proporciones. Comparada con la celda parecía diez veces mayor de lo que seguramente era en realidad.

Pronto descubrió cual era la razón de que no hubiese encontrado ni una sola persona transitando tranquilamente alguno de los infinitos pasillos o de las inmensas salas. Al ingresar precipitadamente en lo que parecía una librería de asombrosas dimensiones, halló dos cadáveres yaciendo juntos junto a las brasas de un fuego prácticamente consumido. No reconoció a ninguna de las dos chicas. Por la ropa que vestían supo que se trataba de simples criadas, una especie destinada a morir joven. Lo más probable es que se tratase de sangres sucias, aunque podía ser que alguna de ellas perteneciese a alguna familia de sangre mestiza de baja reputación. Sintió una punzada de remordimiento al darse cuenta de que nada del importaba más que abandonar esa casa cuanto antes. No le importaba cuantos cadáveres le tapiasen la salida, lo único que quería era sacar a Ginny de allí y buscar un lugar seguro en el que poder esconderse.

Dando media vuelta, aceleró el paso hacia el pasillo en busca de la cocina. No sabía cuanto tiempo pasaría antes de poder volver a llevarse algo digno de ser llamado comida a la boca. Necesitaba coger fuerzas y, al parecer, nadie iba a impedirle que robase alguna que otra hogaza de pan, un par de botellas de agua de la nevera, una botella de vino y cinco latas de conserva que encontró en el fondo de uno de los armarios. Mientras Ginny descansaba sobre el frío suelo del salón envuelta en una manta que Hermione había encontrado por casualidad en uno de los cuartos que había inspeccionado, ésta introdujo toda la comida que sabía que podría cargar con facilidad en un pequeño y ligero saco de tela que había cogido de debajo de la cama de lo que parecía una habitación destinada al servicio, había robado un par de mantas más ­-de tela ligera pero cálida al tacto-, y se había adueñado de un puñado de monedas -tres galeones, cinco sickles y una docena de knuts- que había pillado del mismo cuarto de donde había obtenido poco antes las mantas.

En parte se sentía culpable por robar posesiones de otras personas, y más si a éstas las habían asesinado poco antes, pero por otra parte sabía que sin todo aquello sería incapaz de sobrevivir en el mundo que le esperaba allí fuera, y mucho menos cargando en brazos con el cuerpo rígido y pesado de su mejor amiga. Si ya de por sí llamaría la atención en el mundo mágico, ¿qué podía esperar si a eso le añadía un cuerpo aparentemente inerte y con aspecto de haber sufrido una larga sarta de torturas?

Mientras recogía sus nuevas pertenencias se contempló por el rabillo del ojo en la superficie lisa de una olla reluciente. Su rostro presentaba magulladuras aquí y allá -unas casi curadas y otras, más recientes, de un intenso rojo amoratado-, su pelo había perdido todo brillo y sus ojos…, sus ojos eran completamente desconocidos para ella. Se veían mucho más oscuros, siniestros y profundos que nunca, como si en ellos jamás hubiese existido la más mínima mota de emoción. Intentando mantener la mente fría, apartó la vista de su reflejo y atrapó con aparente facilidad a Ginny pasándola por encima del hombro derecho mientras que el que quedaba libre se hacía cargo del saco de tela.

Antes de conseguir localizar la salida avistó tres cadáveres más tendidos en diferentes salas -dos de ellos hombres y una mujer, y sólo uno de ellos contaba con poco más de treinta años de edad-. Estaba tan acostumbrada a ese hecho que no disminuyó en ningún instante la marcha ni vaciló a la hora de determinar que estaban muertos. Si una cosa había aprendido en la guerra era a reconocer cadáveres. Todos ellos destilaban un característico olor a muerte que era capaz de captar desde el exterior.

Hasta pasados veinte largos minutos no se percató de que no le dolía la herida del vientre. Y cuando paró un cuarto de hora después a hacer una breve pausa en el trayecto, descubrió con cierto asombro que la piel antes dañada permanecía suave y lisa allí donde poco antes había estado rasgada y ensangrentada. Lo más probable fuese que Nott la hubiese curado sabiendo que lo más probable fuese que muriese desangrada antes de recobrar la consciencia. Si había algo que Theodore Nott cumplía a rajatabla era su concepto de la tortura: "Golpea a tu enemigo hasta dejarlo exhausto, pero no hasta matarlo. Deja que se recupere de sus heridas y golpéale doblemente".

En ese momento pensó en lo estúpida que había sido al enfrentarse a su torturador. Hubiese tenido que hacerle pagar por tantas cosas…, no había sido justa ni con ella ni con Ginny al no hacerle padecer ni el más remoto sufrimiento que ambas habían vivido en sus manos. El único placer que encontraba en todo aquello era que Nott por fin estaba muerto y que quizá pasase mucho tiempo hasta que alguien lo encontrase encadenado en una de las celdas subterráneas de su casa. Quizá para entonces sólo fuese un puñado de carne putrefacta y huesos carcomidos por las ratas. Aunque pareciese cruel, ese pensamiento le reconfortaba.

Recostada en el tronco de un árbol pensó en lo que les depararía el futuro a Ginny y a ella. ¿Qué iba a hacer ahora que era libre? Debía encontrar la manera de despertar a su amiga, encontrar un refugio antes de que alguien la reconociese y alertase a los mortios y hallar una forma de liberar al resto de presos que el enemigo mantenía en un sueño profundo que derivaba en muerte.

Estaba exhausta, tenía hambre, frío y, aunque no quisiese reconocerlo, tenía miedo. Temía lo que le depararía el futuro. Estaba sola, sin ninguna pista, sin ningún hogar al que regresar, sin la más remota idea de dónde podían estar ocultos los pocos miembros de La Orden que no habían sido capturados o asesinados y, para colmo no sabía que lugar concreto del país estaba recorriendo a plena noche. Sólo avistaba árboles de gran estatura, tierra seca forrada por un manto verde oscuro y un cielo encapotado que de vez en cuando dejaba a la vista una luna menguante y unas pocas estrellas sin apenas brillo.

Antes de cerrar los ojos y dejar que el sueño se hiciese preso de su mente, arropó a Ginny bajo un árbol de espesas ramas ante la probabilidad de lluvia, dio un par de mordiscos a una de las cuatro hogazas de pan que había guardado en el saco, bebió un poco de agua y se cubrió con una de las finas mantas que precavidamente había decidido coger en el último instante de la casa de Nott. Aquella noche durmió despertándose cada cuarto de hora asiendo con fuerza la varita entre los dedos. Fue cuando comprendió que tardaría años en recuperar la suficiente serenidad para dormir de un solo tirón.



Se levantó poco antes de que la luz tiñese el cielo de un rosa anaranjado que le puso de un humor excelente. Hacía tanto tiempo que no observaba algo tan hermoso y a la vez tan común que casi rompió a llorar de la emoción aunque, por supuesto, se contuvo.

Con Ginny colgando de sus hombros y la bolsa golpeándole suavemente la cadera a cada paso reanudó la marcha hacia ninguna parte en concreto. Intentaba encontrar un lugar lejano y oculto del mundo dónde nadie la reconociese. Hubiese podido aparecerse en cualquier lugar, pero no le parecía seguro. En los tiempos que corrían aparecerse y desaparecerse de un sitio a otro era lo más insensato que un mago que se preciase podía hacer. Las redes de transporte mágico no eran viables para los fugitivos o aquellos que estaban en busca y captura. Era una forma sencilla de encontrar a un sujeto en cualquier parte del mundo.

Otra de las cosas que podía resultar ilógica era el hecho de que Hermione cargase a hombros a Ginny cuando perfectamente hubiese podido transportarla mediante la magia, pero el uso de ésta también resultaba peligroso. En especial si algún muggle te veía practicarla o si, en el peor de los casos, un miembro de El Séquito de Voldemort te encontraba haciendo uso de la magia fuera de los límites establecidos. Llevaban un control extremadamente estricto del uso de la varita. Sólo aquellos que perteneciesen a El Séquito podían utilizarla cuando y donde les viniese en gana. El resto no podía desenfundar un arma fuera del recinto permitido, lo que se reducía al Callejón Diagón, el Callejón Knockturn, Hogsmeade y Hogwarts y sus terrenos.

La mañana pasó insospechadamente rápida y entretenida para Hermione. Cada ínfimo detalle del lugar la embriagaba de una forma indefinible. Cada olor se infiltraba por sus fosas nasales impregnándolas de una droga insaciable. Sus ojos recorrían cada detalle del bosque como si fuese la primera vez que veían uno. Si alguien la hubiese visto caminar con paso desgarbado y mirada perdida hubiese asegurado que estaba chiflada o perdida, aunque sólo una de las dos cosas era en parte cierta. Realmente no estaba perdida, simplemente no sabía a qué lugar acudir. Suponía que refugiarse entre muggles era lo más apropiado, ¿pero cómo iba a presentarse con Ginny semimuerta en sus brazos ante cualquier no-mago? Si llamaba mucho la atención los muggles se alterarían, lo que causaría que en pocos minutos estuviese rodeada por una docena de mortios con las armas desenfundadas.

No fue hasta entrada la tarde cuando reparó en un pequeño hostal perdido en ninguna parte que había visitado con sus padres hacía ya una eternidad. Los dueños eran viejos amigos de la familia, discretos pero curiosos. Si se inventaba una buena historia que saciase su curiosidad podría permanecer allí unos cuantos días sin ningún peligro.Con el corazón palpitándole con fuerza, aspiró una fuerte bocanada de aire y se desapareció.



El hostal era pequeño y demasiado silencioso como para resultar agradable. Estaba rodeado por el bosque y sólo permanecía conectado al pueblo más cercano por un estrecho camino de piedras que se unía a éste a casi 1 Km de distancia. Era el escondite perfecto, por el momento.

Sin poder disimular las ganas que tenía de dormir en una cama mullida y comer un plato caliente y abundante, aceleró el paso -casi corrió- hacia la entrada. El tintineo de una campanita colocada sobre la puerta advirtió a los dueños del hostal de su llegada.

-Bievenida a Deeplake, le recomendamos que…-la mujer rechoncha que la había atendido con una sonrisa enmudeció casi al instante-. ¡Santo Dios! ¿Pero qué…? ¡Bob, ven enseguida!

La expresión de Hermione cambió de una impasibilidad absoluta a una interpretación perfecta de la histeria y la preocupación mezcladas con el dolor físico que realmente todavía le producían las heridas, aunque realmente no había reparado mucho en ellas hasta entonces.

-¡Bob! -gritó de nuevo Cathy, la dueña, acercándose a Hermione elaborando exagerados aspavientos de manos.

-Ya va, ya va…-rezongó la voz del hombre justo antes de cruzar la puerta que daba al recibidor-. ¿Qué…? -ni siquiera hizo falta que formulara la pregunta. Al instante dijo con seriedad y con toda la seguridad del mundo: -. Os habéis caído por el Barranco Muerto. ¡¿Es que no leéis los carteles?! -gruñó con cierto enfado casi paternal-. Chiquilla, es peligroso ir solas por el bosque, sin el equipamiento necesario y sin tener ni idea de los elementos geográficos de la zona. ¡Es una insensatez! A veces me pregunto qué os pasará a los jóvenes de hoy en día por la cabeza…

-¡Bob! -Cathy lo miró entre conmocionada y furiosa por su reacción-. Están heridas.

En realidad no se había parado a pensar en cómo debían verse desde los ojos de cualquier otra persona. Hermione quizá iba más magullada que Ginny, pero ésta estaba tan pálida que su pelo rojo no hacía más que acentuar un aspecto enfermizo, casi cadavérico. Seguramente íban tan llenas de mugre por haber dormido a la intemperie y haber caminado durante casi un día, por no hablar del tiempo que llevában encerradas, que el hombre no había dudado ni por un instante en creer que lo único que les hubiese podido pasar para presentar tal aspecto era que hubiésen rodado cuesta abajo por un barranco. Resultaba un tanto cómico y a la vez un poco insultante.

-Pasad, pasad-instó Bobo haciéndose camino hacia el piso superior-. Sígueme. La acostaremos en una de las camas. Supongo que un buen descanso será mejor que…-entonces Hermione reparó en que no tenía dinero para pagar el hostal, al menos dinero muggle.

-Bob, no puedo…quiero decir que no tengo con qué pagar…

-¿Crees que aquí vale de algo el dinero de los Granger? Ni hablar, no señor.

El hecho de que la hubiese reconocido la reconfortó de una manera inimaginable. Por su anterior reacción había dado por supuesto que no se acordaba de ella, pero por lo visto no estaba en lo cierto, cosa que últimamente le pasaba a menudo.

Esa noche con el estómago lleno y una cálida cama donde dormir fue la primera vez que pensó en los cinco cadáveres que había encontrado en la casa de Nott. Era evidente que éste no los había matado. Primero, porque no era tan estúpido como para perder a cinco de sus criados, segundo, porque había estado demasiado entretenido con ella como para que le quedase tiempo de matar a diestro y siniestro en su propia casa. No, no había sido él, ¿pero quién sino? ¿Quién podría haber entrado allí y asesinar a todo ser vivo que se cruzase en su camino? ¿Ya estaban muertos cuando Nott había bajado a los calabozos o la matanza había ocurrido más tarde? En ese caso, ¿por qué el asesino no había bajado a la celda en la que nos encontrábamos y nos había matado a nosotros también? Otra cuestión importante era la varita, esa varita que ahora observaba atentamente y que mantenía bien sujeta entre los dedos. Recordaba esa varita, había pertenecido a Nott, ¿pero cómo había llegado a su bolsillo? Era evidente que Theodore no se la había metido allí esperando que ella hiciese uso de ésta. Alguien quería que ella matase a Nott, alguien había planeado todo aquello sabiendo que el rencor de Hermione y el fuerte sentimiento de venganza que sentía hacia ese hombre acabarían por llevarla a convertirse en su asesina. Alguien le había incitado a hacer el trabajo sucio, había sido cómplice de un juego sucio, había formado parte del plan ejerciendo de cebo. Era una estúpida.

De repente de la punta de la varita asomaron unas chispas rojas que le pillaron por sorpresa causando que soltase el arma, que cayó sobre el grueso edredón de plumas. Tras unos segundos de chisporroteos rojizos, una nota arrugada se apareció sobre el edredón, ante la punta de la varita.

Entre ansiosa y curiosa, Hermione cogió la nota y la leyó para sí:

Si quieres que tu amiguita vuelva a la vida acude mañana a las 20:20 en el Barranco Muerto, sola y desarmada.


No había firma, ni la escueta carta estaba escrita a pluma. Aunque, aún así, dudaba que hubiese podido reconocer la letra de la persona que acababa de citarla para el día siguiente. Era probable que no saliese con vida del encuentro, pero era la única pista que para entonces poseía, la única forma de encontrar la salvación para Ginny. Aunque una cosa estaba clara: no era tan inconsciente como para ir desarmada a una invitación semejante.

CAPÍTULO 7: VENGANZA

Un espasmo, un parpadeo, un jadeo ahogado en el eco…todo había terminado, lo presentía. Había logrado escapar, había ganado la batalla, había derrotado un mundo concebido por mortífagos. Quien sabía, incluso era posible que fuese la primera persona que hubiese conseguido despertar de la ilusión, o quizá alguien más a parte de ella lo había hecho con anterioridad. Pero, de ser así, ¿por qué no existía constancia de tal acontecimiento? Si cualquier otro mago había sido capaz de huir de ellos, ¿por qué no lo había hecho saber a los demás? ¿Por qué no había hecho todo cuanto pudiese por salvar al resto? ¿Por qué no había intentado ponerse en contacto con La Orden?

Pasos…, escuchaba pasos en la lejanía. Sintió el corazón palpitar con fuerza contra su tórax. ¿De verdad era posible que todo hubiese acabado? De ser así, ¿quién le había ayudado a escapar? ¿Quién había logrado infiltrarse en aquel mundo ilusorio para salvarle la vida? ¿Podía tratarse de algún miembro de La Orden? Quizá Ron, Luna, Harry o…Ginny. ¿Cómo había podido olvidar a Ginny? Tenía que volver a por ella cuanto antes, tenía que salvarla de las garras de Malfoy, no podía abandonarla a su suerte, se lo había prometido, no podía dejarla sola.

Reuniendo las fuerzas necesarias para ponerse de nuevo en marcha, abrió los ojos e intentó fijar la vista en algún punto claro y preciso, pero todo era borroso y no había nada allí que pudiese captar con la precisión necesaria. Sin embargo su olfato no parecía estar dañado. Podía oler con asombrosa maestría cada fuerte hedor que desprendía el lugar. Conocía bien esa inolvidable fetidez, pero era imposible. No podía haber vuelto allí, no podían haberla devuelto a ese lugar, no con él.

―Por fin has despertado―aquella voz era veneno para sus oídos―. Lo has hecho muy bien―las rudas manos de Nott acariciaron el palpitante cuello de Hermione.

―No me toques―farfulló sin poder alejarse de él. Estaba encadenada.

―Por lo que veo vuelves a ser la misma testaruda que antes de que te adiestrase―susurró Nott pasando las yemas de los dedos por la apretada mandíbula de la joven―. Deberías guardar más respeto al hombre que te ha salvado la vida, ¿no crees?

Las palabras se agolparon una tras otra en sus tímpanos como si no quisieran infiltrarse en ellos.

―Tú…―sollozó dándose finalmente por vencida.

―Sí, yo―dijo a escasos milímetros de los labios de la chica―. Yo te he ayudado a escapar de una muerte segura. Pero no te preocupes, encontrarás la forma de agradecérmelo.

Su serpentina lengua se infiltró entre los labios de Hermione haciéndola gritar, un grito que quedó sofocado entre besos excesivamente efusivos. No iba a volver a pasar por esa tortura, jamás iba a volver a dejar que él abusase de ella, no dejaría que Nott la apresase de nuevo.

Como incitada por la locura, apretó la mandíbula clavando los dientes en la ansiosa lengua del hombre que tanto odiaba. El sabor de la sangre empapó su boca. A continuación, un aullido desgarrador seguido por una sarta de golpes dio fin al lujurioso contacto. Prefería que él la azotase hasta que no quedase ninguna zona sana en su piel antes de que volviese a besarle.

―No eres más que una zorra―masculló Nott cogiéndola con fuerza por el pelo para echarle la cabeza hacia atrás. Conteniendo un gemido de dolor, Hermione le miró desafiante aún sabiendo que él la castigaría―. Tengo una sorpresa para ti―una espeluznante sonrisa se dibujo en su boca ensangrentada―. Te va a encantar.

Desde el primer momento supo que lo que le tenía preparado no sería para nada de su agrado. Su mente perturbada era capaz de idear la más despiadada de las sorpresas.

―Mira a quien he desenterrado ésta tarde para que te haga compañía.

Aún antes de dirigir la vista hacia el punto que él señalaba supo de quién se trataba, pero su mente luchó vanamente porque no reconocerla. Su lisa cabellera pelirroja le cubría el rostro, por lo que no podía distinguir si estaba despierta o seguía sumida en aquel trance del que Nott la había liberado.

―Eres un…

―Sabía que te gustaría―dijo, dibujando una macabra sonrisa que le erizó el bello―.Creo que estaremos de acuerdo en que ésta vez no me costará tanto tenerte controlada, ¿me equivoco?

Hermione sintió cómo la sangre le hervía bajo la piel. Creía haber deseado en el pasado la muerte de Nott, pero ahora era distinto, ahora emplearía toda su vida si era necesario para hallar una forma de destruirle, una forma de mantenerle vivo y muerto a la vez. No iba a dejar que muriese hasta que cada ínfima parte de su cuerpo se hubiese vengado de él.

―Así está mejor―Theodore se aproximó a Ginny y alargó la mano para cogerla por el mentón.

―¡No la toques con tus asquerosas manos! ―gritó Hermione intentando desasirse de las cadenas.

Un gesto que nunca había visto plasmado en el rostro de Nott la dejó entre perpleja y furiosa.

―Esto es mucho mejor de lo que había imaginado―canturreó él alejándose del cuerpo inmóvil de la pelirroja―. Estás celosa.

En ese instante fue cuando todas las dudas que Hermione tenía sobre la salud mental de su enemigo se difuminaron por completo. Estaba loco, mucho más de que había imaginado nunca.

―Sabes que eres la única que ocupa mi mente. Tú me das la fuerza que necesito para la batalla―Nott se acercó a paso lento hacia ella―. Me he convertido en uno de los mejores mortífagos que el mundo nunca ha visto. Y todo por ti... ―sus ensangrentados dedos se infiltraron bajo la camiseta de Hermione, que se estremeció de puro asco―. Tú…, una simple impura, eres la causa de mis victorias. Gracias a ti mato a los tuyos. Irónico, ¿verdad?

La castaña escupió en plena cara a Theodore, que se limpió con la manga de la camisa antes de golpearla repetidas veces.

―¿Es que acaso no entiendes lo que me duele tener que castigarte? ―dijo Nott, cogiéndola del cuello para que le mirase―. Pero no puedo permitir que mi preciosa mascota saque los dientes. No sería propio de un buen dueño―. Los ojos de él la observaron con ansia.

Era asquerosa la forma en que la miraba, insoportable la manera en la que la tocaba. No soportaba su presencia, el simple roce con él le daba arcadas.

Nott, embriagado de lujuria, se pegó a ella empujándola con brusquedad contra la pared. Un gemido brotó de los labios de Hermione, pero no a causa del choque, sino porque a consecuencia de éste algo se le había clavado en la espalda. Era como una especie de palo alargado, rígido. Era como una especie de…varita. ¿Cómo era posible?

Intentó alcanzarla, pero las cadenas y el acercamiento de Nott se lo impedían. Tenía que conseguir que él la liberase.

―Lo siento, Theodore―el simple nombramiento de su nombre le producía arcadas―. Siento no haber sido consciente hasta ahora de todo lo que has hecho por mí. Primero me escondes aquí para ponerme a salvo aún a riesgo de que los tuyos te descubran, luego intentas protegerme de Malfoy y ahora…me salvas la vida y me proporcionas de nuevo un escondrijo. Y todo lo has hecho por mí, poniéndote una y otra vez en peligro, sólo por mí…―Nott no habló, ni siquiera parpadeó. Estaba embelesado por sus palabras; palabras cargadas de un odio que él no parecía captar―. Podrías quítame las cadenas y dejar que te lo agradezca cómo te mereces.

Cuando Nott la soltó se quedó de piedra por un momento sin saber muy bien qué hacer a continuación. ¿Cómo un truco tan burdo había podido funcionarle tan bien? Acababa de aprender el fascinante juego de la seducción y le gustaba, se sentía poderosa por primera vez en mucho tiempo.

Con una seguridad impropia de ella, cogió a su enemigo por el cuello y lo atrajo hacia sí sin dejar que sus labios se rozasen ni por una milésima de segundo.

―¿Puedo hacerte una pregunta? ―las yemas de sus dedos rozaron sinuosamente la nuca de Nott, que cerró los ojos intentando no perder el control de su cuerpo antes de tiempo―. Dime, ¿qué has querido decir antes con lo de que la has desenterrado? ―fisgoneó Hermione mirando de refilón a Ginny.

Esa era una pregunta que él jamás hubiese respondido, pero ahora, en ese preciso instante, Hermione sabía que podía conseguir todo cuanto quisiese de ese hombre.

Theodore acarició con lentitud la espalda y cintura de Hermione deseándola más que nunca. Esa nueva faceta que ella mostraba le gustaba. Es más, le fascinaba, le excitaba, le sorprendía. Por fin Hermione valoraba todo su esfuerzo, comprendía por qué había tenido que castigarla tan asiduamente.

―Cuando capturamos a una presa y la sometemos al hechizo ilusionador, ésta se queda en un estado de inconsciencia absoluta―explicó―. La presa sigue con vida, pero a ojos de cualquiera parece muerta.

―¿Y qué hacéis con el cuerpo? ―susurró seductoramente introduciendo lentamente la mano por debajo de la camiseta de Nott―. Quiero decir, cuando capturáis a la presa, ¿os la lleváis a algún lugar en concreto o la dejáis tirada en cualquier cuneta?

―Normalmente la colocamos en algún punto estratégico para que la familia la encuentre.

―De manera que ellos creen que la presa a muerto y la entierran; como pasó en el caso de Ginny, ¿cierto? ―Hermione, diestra, desabrochó los primeros botones del pantalón de Nott.

―Es una forma bastante eficiente de atraer a nuevas presas―comentó él, suspirando de excitación―. Durante el entierro de Weasley capturamos a varios rehenes valiosos. Suelen estar tan destrozados por la pérdida que olvidan mantenerse alerta. Idiotas.

Hermione, ya al límite de su paciencia, sacó la varita y lanzó a Nott contra la pared. Oyó cómo se le rompían un par de huesos y sonrió complacida. Acto seguido, mucho antes de que él pudiese ser consciente de lo que ocurría, le paralizó el cuerpo y lo encadenó donde poco antes ella había estado retenida.

Se le ocurrían mil formas de hacerle sufrir, de hacerle pagar todo el mal que había causado, pero algo le impedía torturarle. Una voz en su interior le recordaba que ella no era como ese ser que tenía enfrente.

―Tienes suerte de que no sea como tú―le dijo sin dejar de apuntarle con la varita―. He deseado éste momento desde el primer día que me pusiste un dedo encima. Durante éstos dos años no he hecho más que imaginar mi venganza, las múltiples maneras en las que podría partirte los huesos, hacer que te desangrases y que gritases de dolor hasta suplicar que te matase―masculló entre dientes―. Te ahorraré largas horas de sufrimiento y angustia. Púdrete en el infierno Theodore, ¡Avada Kedavra!

CAPÍTULO 6: EL DESPERTAR

¿Por qué su enemigo seguía en pie? ¿Por qué no podía morir? Acaso sus conjeturas habían sido erróneas, ¿estaba equivocada? ¿Y entonces por qué él sí que había conseguido herirla en una ocasión? Nada encajaba, nada de lo que ocurría antes sus ojos parecía tener lógica. Lo único que en ese momento le parecía coherente era alejarse tanto como pudiese de su potencial rival. Debía huir y esconderse hasta descifrar el mensaje en clave que le habían entregado.

Quizá no podía considerarse digno de un Auror ocultarse, pero no había nada que desease más en ese instante que mantenerse lejos de Draco Malfoy.

Corrió sabiendo que le iba la vida en ello, aunque desde un primer momento supo que no podría escapar. Él era el que mandaba, el que conseguía todo cuanto deseaba con sólo pensarlo.

El suelo de piedra volcánica se le clavaba a las suelas de los zapatos provocando que su escape resultase un espectáculo lamentable. No era capaz de aumentar la marcha por miedo a que la fina suela de goma se partiese. Si existía un símil entre ella y cualquier otro animal sin duda se asemejaría a una pobre gacela herida, tan patética y frágil...al acecho de cualquier depredador que estuviese dispuesto a saciar su apetito.

La irrealidad es la liberación, pero la irrealidad necesita a la realidad para existir y la realidad sólo puede existir si se produce un choque entre dos entes reales―se repitió Hermione intentando extraer una nueva conjetura.

Y de repente, la halló. Al instante cesó la carrera y dirigió la vista atrás. Malfoy la miraba desde la lejanía con una peculiar sonrisa pintada en el rostro. ¿Era posible que él estuviese enterado de que acababa de dar con una solución que explicaba la razón por la que no le había dañado al atravesarle el cuerpo con un tronco del grosor de su brazo?

―La daga era verdadera―dijo en voz alta como si esperase que Draco le diese la razón―, por esa razón pudiste herirme. Nada de lo que hay aquí es real, lo que significa que ningún objeto que utilice para defenderme podrá causarte el más leve rasguño en la realidad.

La sonrisa de Malfoy se acrecentó y, con ella, la esperanza de Hermione se desvaneció. Él podía infiltrar objetos reales en ese mundo ilusorio sin que ella lo supiese, lo que significaba que cualquier elemento que la rodease podía resultar ser verdadero o falso. ¿Cómo iba a saberlo? No podía dedicarse a comprobar si cualquiera de esas posibles armas naturales eran capaces de perforar el cuerpo de su enemigo y era imposible averiguarlo a simple vista.

―¡No hay ninguna salida, ¿verdad?!―chilló rasgándose las cuerdas vocales.

¿Cómo había podido dejarse engañar de una forma tan burda? La desesperación había hecho que creyese que podría sacar de allí a Ginny, que podrían escapar juntas. Por un instante había sido capaz de considerar la idea de que alguien la estuviese ayudando, de que alguien hubiese sido capaz de burlar la magia que daba vida a aquella mentira.

―Has sido tú―susurró dejándose caer al suelo. Hacía un esfuerzo sobrehumano por mantener las lágrimas a raya. No iba a permitir que él viese el desespero que acababa de invadirle, no lo permitiría―. ¡No eran más que mentiras! ¡Ese estúpido acertijo ni siquiera tiene ningún significado, ¿no?!

La sonrisa de Malfoy se borró al instante cómo si no comprendiese qué era lo que Hermione le estaba revelando a voz en grito. ¿Era posible que él no tuviese constancia de la nota? Si era así, ¿significaba eso que lo que había leído podía tener sentido al fin y al cabo? ¿Podía ser que existiese una salida?

Un grito desgarrador interrumpió sus conjeturas. Durante una fracción de segundo el tiempo se detuvo, justo en el instante en que lo hacía el corazón de Hermione.

―¿Ginny? ―susurró para sus adentros poniéndose en pie.

Sin poder evitarlo, sus ojos buscaron con ansiedad a Malfoy, que seguía de pie ante ella, impasible, sereno.

Un nuevo chillido le hizo despertar de esa especie de trance en el que parecía estar sumergida. Escrutó cada rincón que le rodeaba, pero no fue capaz de descubrir el origen de los gritos.

―¡¿Dónde está?! ―vociferó acercándose a paso rápido hacia Draco―. ¡Dime dónde está!

A pesar de sus bramidos encolerizados el rubio no pareció inmutarse lo más mínimo. Era como si nada de lo que estaba sucediendo fuese con él, no reaccionaba ante los alaridos de Hermione ni ante su aproximamiento veloz. ¿Es que no tenía sangre en las venas?

Otra exclamación de dolor agujereó los tímpanos de la castaña dejándola entre aturdida y agitada. Tenía que encontrarla cuanto antes. Debía salvarla de lo que fuere que Malfoy le estaba haciendo.

―¡Dímelo! ―le ordenó justo antes de alzar el puño al aire y golpearle en la mandíbula con toda la fuerza que poseía.

Fue en ese instante cuando comprendió que quizá no le hiciese falta ningún objeto para destruir a Draco Malfoy porque Ginny le estaba dando la fuerza necesaria para hacerle frente. Iba a partirle todos los huesos del cuerpo, iba a estrangularle, iba a arrancarle el corazón con la mano, iba a…

De repente todo se volvió borroso mientras una sarta de pinchazos le invadía la parte derecha de la cabeza. A continuación dolor seguido por un penetrante pitido en el oído derecho. No entendía qué había pasado, no era capaz de rememorar lo ocurrido segundos antes.

Poco después comprendió que su enemigo le había devuelto el golpe y, sin duda, éste había sido bastante más fuerte y doloroso que el suyo. Cuando por fin recuperó la visión observó con cierta satisfacción que Malfoy escupía sangre de la boca.

Pronto retomó su energía y volvió al ataque. Se puso en pie de un salto e intentó golpear de nuevo al rubio, que consiguió parar el golpe, cogerle el brazo y retorcérselo hasta hacerle aullar de dolor. Ahora no sólo eran los gritos de Ginny los que rompían el silencio.

―¿No quieres salvar a tu amiguita, Granger? ―le susurró junto al oído―. Pues deberás hacerlo mejor.

Sin planear lo que haría a continuación, lanzó una patada hacia atrás logrando que él la soltase. Con cierto regocijo, emprendió una carrera hacia el linde que separaba la oscuridad de la luz. Ni siquiera sabía por qué se dirigía hacia allí, sólo intentaba escapar de Malfoy porque su instinto le apremiaba a hacerlo.

Apenas le separaba medio metro del día cuando Draco se lanzó sobre ella rabioso, deseoso de matarla. Forcejearon uno sobre otro golpeándose a diestro y siniestro sin importar lo que les rodease, sólo existían ellos dos en aquella batalla por la supervivencia.

Los minutos pasaron con rapidez mientras intentaban dañarse mutuamente y pronto el cansancio se hizo dueño de Hermione. Llevaba tanto tiempo sin luchar, sin ejercitar los músculos y sin una buena alimentación que no era de extrañar que la fuerza se le estuviese agotando con tanta rapidez.

―¿Cansada? ―cuestionó Draco justo antes de golpearle en el vientre con el pie.

La patada la lanzó cerca del fuerte oleaje. Ya ni siquiera tenía fuerzas para levantarse. Estaba agotada, ensangrentada y dolorida.

―No puedo creerlo―se mofó él―. Nunca pensé que te rendirías con tanta facilidad―continuó agarrándola por el pelo para ponerla en pie.

Hermione se retorció de dolor al quedar a la altura de su rival. Quería seguir luchando, no había nada que desease más, pero era evidente que no podía hacer nada para detenerle. Ya no podía seguir golpeándole con la esperanza de dejarle inconsciente. Parecía algo imposible.

―No sé cómo has averiguado lo de la daga―dijo colocando una mano en su cuello―, pero como puedes ver de nada han servido tus inagotables indagaciones. Mala suerte, Granger.

―Dos entes reales…―farfulló para sí misma―, el choque de dos entes reales…

Inesperadamente Draco la soltó no sin golpearla una vez más. El alborotado mar envolvió a Hermione haciendo que sus fosas nasales se colapsasen de él. Se estaba ahogando y ni siquiera podía alzar el rostro para coger aire.

Sintió los duros dedos de Malfoy comprimirle el cuello e, instantes después, se hallaba cogiendo ansiosamente oxígeno bajo los abrasadores rayos de sol.

―¿Qué has dicho?

Las yemas de los dedos presionaron su nuca como si esperasen que vomitase la respuesta.

―La realidad existe gracias a la irrealidad y a la inversa―formuló ella―, una no puede existir sin la otra.

De nuevo Hermione se halló con el rostro dentro del agua. Hasta que sus pulmones no pidieron desesperadamente auxilio, Malfoy no le permitió sacar la cabeza del oleaje.

Por primera vez comprendió el significado de las palabras escritas. La única forma de escapar de todo aquello era mediante una acción irreal, una acción que en el mundo real jamás sería posible que sucediese, algo impensable.

El choque de dos entes reales, esa era la respuesta. El choque entre ella y Malfoy, el contacto entre ambos formaba parte de la irrealidad, el contacto…físico. Por fin lo había descifrado, esa era la salida.

Sin que Draco pudiese preverlo, Hermione reunió el último ápice de energía que le quedaba para pegarle un codazo en el estómago. Una vez libre, se giró cara a su enemigo reuniendo la valentía necesaria para hacer frente a la prueba que la vida acababa de concederle. Esperando que su acto no la llevase de cabeza al infierno, cogió con fuerza el rostro de su enemigo ―aturdido por el golpe― y fundió sus labios cortados con los de él.

El sabor ferroso de la sangre de ambos se entremezcló en aquel efímero contacto, una unión que la liberó de la ensoñación.

CAPÍTULO 5: UN SOPLO DE COMPASIÓN

El estómago le dio un vuelco al retornar a un nuevo escenario cuna del peligro. Sintió el calor abrasante del sol sobre su tez, pero no era capaz de sentirlo en ninguna otra parte de su cuerpo a excepción de las yemas de los dedos. Al instante supo a qué se debía ese extraño suceso. De nuevo ese maldito saco peludo que se asemejaba a un abrigo la cubría haciendo que su piel desprendiese toxinas. Con ansia, se libró del grueso manto y lo lanzó sobre la ardiente arena. Se sorprendió al ver que se encontraba a pocos metros del oleaje de un mar embravecido.

Una voz en su interior le avisó de la anomalía que la rodeaba haciendo que dirigiese la vista tras ella. A dos pasos de dónde Hermione se hallaba, la luz se perdía convertida en oscuridad. Ante sus ojos las estrellas brillaban con luz propia bajo una amplia superficie rocosa. Sólo tenía que dar un par de pasos al frente para que el día diese paso a la noche. ¿A qué jugaba Malfoy?

Dio un paso y frenó con la mirada clavada en el horizonte. A lo lejos altas montañas nevadas avecinaban una travesía llena de dificultades. ¿Por qué debía adentrarse en aquel lugar al acecho de su enemigo? Envuelta en la penumbra no podría desenvolverse con la suficiente soltura con la que podía hacerlo en el lugar en el que se encontraba. Definitivamente, no se arriesgaría a cruzar a solas la infértil explanada. Esperaría allí a que Malfoy se manifestase, o al menos hasta que mostrase cual era la finalidad de ese nuevo juego que había construido expresamente para ella.

Las horas pasaron con lentitud y, con ellas, la paciencia de Hermione se fue consumiendo. A pesar de que el concepto de tiempo parecía seguir su curso natural en cuanto al ritmo del oleaje, la frecuencia con la que las aves cantaban y la diferencia de contrastes entre las distintas corrientes de aire, la luz no escaseaba. De hecho, en todas las horas que había permanecido sentada mirando con cierta crispación el inconstante movimiento del mar, no había apreciado ningún cambio en el astro que brillaba iracundo sobre el cielo despejado. ¿Es que allí no anochecía? Quizá ambos lados fuesen perpetuos, quizá las sempiternas sombras de la noche arrasasen sólo la zona que Hermione no estaba dispuesta a pisar si no era del todo imprescindible. Quizá allí siempre fuese de día. Incluso podía ser que el clima también fuese estable aunque, teniendo en cuenta que los ritmos del viento modificaban, lo más probable era que el clima permaneciese tan inestable como en la realidad.

Y de repente, como si acabasen de leerle la mente, un chaparrón se hizo amo y señor del cielo cubriéndolo de gruesas nubes negras. Sin saber dónde cobijarse, se acurrucó bajo el grueso abrigo que, al parecer, repelía el agua. Y por primera vez se cuestionó realmente la causa por la que cada vez que despertaba en una nueva ilusión cargaba con aquella manta velluda. Recordaba haberla llevado la primera vez que había sido víctima de las alucinaciones que frecuentaba gracias a Malfoy. En aquella ocasión se había salvado gracias a El Colgante de Raphael ―un objeto altamente explosivo que no dañaba al portador en caso de posible detonación―, pero no recordaba haberlo llevado colgado del cuello antes de desprenderse del abrigo. Era como si ese saco de pelo hubiese intuido que iba a desprenderse de él y le hubiese proporcionado una forma de escape. Sonaba totalmente ridículo, pero sin duda esa era la sensación que había tenido al hallar el colgante flotando ante sus ojos.

Y la segunda vez… la segunda vez tras quitarse el abrigo había descubierto que en el interior de aquel clon malogrado de su mejor amiga residía la auténtica Ginny Weasley. Entonces había creído que había sido Malfoy el que le había mostrado la verdad, el que la había llevado ante la verdadera pelirroja y le había sacado de la ensoñación, pero ahora aquello le parecía tan estúpido como imposible. ¿Por qué Malfoy la libraría de una ilusión en la que podría haber conseguido engañarla totalmente? De haberlo querido, el rubio hubiese podido lograr que Hermione matase a Ginny creyendo que ésta sólo era una copia barata de la auténtica. Y, al plantear esa opción, la castaña se percató de que no hubiese vacilado a la hora de asfixiar con sus propias manos si era necesario a lo que había creído una ilusión creada por su enemigo.

Pero en esa ocasión no había ocurrido nada al quitarse el abrigo, al menos no había ocurrido nada que pudiese recordar.

Piensa, Hermione, piensa…


La tercera vez había escuchado una voz en su mente, una voz que le había incitado a quedarse allí y esperar. Al principio había deducido que había sido obra suya, pero ahora que lo rememoraba estaba convencida de que no. Ella hubiese partido lo antes posible hacia el fin del mundo en busca de Malfoy porque debía cumplir una promesa reciente y no podía romperla. Había jurado sacar de allí a Ginny e iba a hacerlo, y para eso tenía que acabar con su enemigo lo antes posible, antes de que éste pudiese adivinar sus intenciones y se le adelantase. Él tenía el control y ella no era más que un peón al que pronto sacrificarían si no hacía algo para remediarlo. Pero algo le decía que no debía dejarse llevar por sus emociones, que debía ser paciente y esperar a que él decidiese iniciar su propio juego. Aunque cabía la posibilidad de que estuviese a punto de perder por completo la cordura, se quitó de encima el pesado abrigo y lo palpó.

Satisfecha, atinó una bola de papel arrugado en el interior de uno de los cuatro bolsillos interiores. Colocándose de nuevo la manta a los hombros para evitar que la nota se despedazase bajo la lluvia, la desplegó y la leyó esperanzada:

La realidad reside en el choque de dos entes reales. Así mismo, la realidad subsiste gracias a la irrealidad, y es justo en ella dónde hallarás la liberación.


Perpleja, examinó el dorso del papel. No había nada más escrito en aquella escueta nota que no lograba entender. ¿Qué significaban aquellas palabras cargadas de secretismo?

―La realidad reside en el choque de dos entes reales―repitió una y otra vez en voz baja―…el choque de dos entes reales…

Y de repente su mente atinó una imagen reciente que antes no había tenido tiempo de estudiar. Vio la daga clavada en su vientre, una daga firmemente agarrada por los blancuzcos dedos de su enemigo. Esa era la única herida que había prevalecido al recobrar por unos breves minutos la consciencia. Todas las demás ―originadas en diferentes circunstancias― habían desaparecido de una visión a otra y nunca habían vuelto a manifestarse. ¿Eso significaba quizá que nada, a excepción de lo que Malfoy pudiese hacerle, era real?

―Sólo la realidad puede dañar a la realidad. Claro…―susurró para sus adentros―. Sólo puedo morir si él me mata y él sólo podrá morir si yo…―pero calló al releer la segunda frase citada en la nota―. La realidad subsiste gracias a la irrealidad… ¿qué significa?

El constante repiqueteo de la lluvia amainó hasta cesar. ¿Qué ocurriría ahora? No entendía cómo conseguir salir de allí, y ni siquiera sabía por qué seguía esperando a que alguien le chivase la respuesta. No conseguiría librarse de Malfoy si éste no se aparecía ante ella, lo que cada vez le resultaba más y más improbable. ¿Malfoy sabría ya para entonces que Hermione conocía la forma en la que podía hacerle frente? Antes nunca había planteado la opción de luchar contra él creyendo que sólo se trataba de un gasto inútil de energía, pero ahora…ahora lucharía con todas sus fuerzas. Y aunque no lograse salir de allí con vida, se prometió a sí misma que no se iría sin dejar a Malfoy en un estado deplorable.

―Por lo que veo no pierdes el tiempo.

Aquella voz…

―¿Has descubierto un modo de escapar? ―cuestionó con sorna―. Admito que me muero de curiosidad por ver que ha maquinado esa cabecita.

―Has estado espiándome, ¿verdad? ―farfulló Hermione levantándose de un brinco―. Espero que te hayas divertido.

―No lo creas. Resultas bastante… monótona.

Su tono de voz le crispaba como nunca. Saber que había estado espiándola le había puesto de mal humor. No es que no lo hubiese planteado, pero el hecho de que se lo confirmase con esa maldita petulancia conseguía sacarle de sus casillas.

―Lo bueno de la monotonía es que dura lo que uno quiera―rugió alzando con el pie un puñado de arena.

Malfoy, entre sorprendido y furioso, bramó diferentes improperios frotándose los ojos, momento justo que Hermione aprovechó para dar el primer golpe, pero algo salió mal. A pesar de haberle cogido desprevenido la primera vez, la segunda acción fue tan esperada como bien anulada. El rubio, manteniendo todavía los ojos semicerrados, asió con fuerza el brazo de la castaña ―antes de que éste le golpease la nuca― y lo dobló de tal forma que la chica cayó al suelo hecha un ovillo.

―¡¿Creías que podrías vencerme utilizando un truco tan rastrero y típico de nuestra estirpe?! ―gruñó pegándole una patada en el vientre. Hermione se retorció sin dejar de observar a su enemigo―. Creía que los aurores promulgabais el juego limpio. ¿Y sabes lo mejor de todo? ―golpeó una vez más el cuerpo de la muchacha haciendo que ésta aullase de dolor―. Que han sido esos inservibles escrúpulos los que han garantizado nuestro triunfo. ¿Qué paradójico, verdad?

Los dientes de Hermione chirriaron de pura ira. No iba a permitir que ese espécimen alardease de una victoria que todavía no se había proclamado en el mundo mágico. Todavía no había vencedores ni vencidos, e iba a demostrárselo costase lo que costase.

Sin pensar, alargó la mano para coger el tobillo del chico y se impulsó clavando los pies en la arena consiguiendo que éste perdiese el equilibrio. Ahora ambos estaban en igualdad de condiciones.

―Maldita hija de…

Hermione se lanzó sobre Malfoy con la esperanza de hacerle el máximo daño posible, pero por desgracia no era capaz de hacerle frente. El rubio era más fuerte, ágil y estaba mejor alimentado que ella. No podía ganar una batalla en la que ya de por sí no tenía ni la más mínima posibilidad de salir triunfante.

Apenas dos segundos tras haberse lanzado sobre su enemigo, Hermione se encontraba sobrevolándolo y un segundo después todo desapareció entre la penumbra. Había cruzado la línea, él la había lanzado al otro lado. Por un instante pensó lo peor, pero todo su temor se desvaneció cuando el rubio se lanzó de nuevo a su captura atravesando el linde invisible entre el día y la noche.

Lo siguiente ocurrió tan deprisa que la mente de Hermione no fue capaz de captar lo sucedido hasta pasados algunos segundos del acontecimiento. Con los nervios a flor de piel, la castaña se hizo con el único instrumento que halló en el lugar y con el único con el que podía defenderse del depredador que la acosaba. Sin meditarlo, agarró del suelo un tronco astillado y lo colocó frente a ella justo antes de que Malfoy se lanzase a su encuentro. A continuación sangre…, sangre y demasiada agonía plasmada en un solo rostro.

La castaña parpadeó reiteradas veces sin poder asimilar lo acontecido. El grueso tronco de madera había atravesado el tórax de su enemigo, cuya sangre resbalaba entre los dedos temblorosos de Hermione acusándola de un crimen que desde el principio había deseado cometer y que ahora no era capaz de sobrellevar. La escena era tan cruel y despiadada. Sus ojos estaban anegados de lágrimas de arrepentimiento por haber sido la causa de una muerte tan lenta y brutal. Ahora debía esperar a que Malfoy se desangrase para poder escapar de allí. Era eso o rematarle, cosa que no creía poder hacer sin ayuda de una varita mágica.

―Yo…―balbuceó ella sin ser capaz de soltar el arma que empuñaba. Gruesas lágrimas lograron escapar de sus párpados desnudándola ante él. Se sentía sucia y débil a la vez. Era como si mostrase abiertamente la monstruosidad que acababa de cometer ante un verdugo. Era incoherente y sencillamente estúpido sentir lástima por él. Se lo merecía, era su enemigo. Malfoy se lo merecía, y sin embargo no era capaz de autoconvencerse de ello. ¿Qué coño le pasaba?

Sin poder preverlo, Draco la agarró de los brazos y se impulso hacia adelante haciendo que el tronco se deslizase en el interior de su cuerpo ante los ojos compasivos de su rival.

―Basta―imploró Hermione sin ser capaz de mirarle a los ojos. Podía sentir sin esfuerzo cómo sus manos frías la agarraban con fuerza. Era como si quisiese hacerle sabedora de todo el dolor que estaba sintiendo. Sin decir palabra, el rubio la arrastró hacia él consiguiendo al fin que los trémulos dedos de la castaña colisionasen suavemente con la piel rasgada de su pecho―. Por favor, basta―imploró sin poder contener los gemidos provocados por un llanto que jamás había creído poder engendrar por un ser como el que estaba muriendo ante sus ojos.

Malfoy reclinó el rostro sobre el hombro de la castaña, que dio un respingo de sorpresa. El aliento arrítmico de éste la inquietó hasta el límite de abrazarse a él a la espera de que su sufrimiento cesase cuanto antes.

―Granger…―susurró junto a su oído.

―No hables―le ordenó con la voz quebrada. Era increíble que pudiese compadecer tanto a un ser como Draco Malfoy, el enviado del mal, el Dios de la muerte y la destrucción. ¿Por qué debía sentir lástima por él como la habría sentido por cualquier otro auror? No lo entendía, no era lógico.

―¿Sabes qué?

―No deberías hablar―repitió Hermione entre mordaz y perturbada por sus emociones.

―Quería librarme de ti lo antes posible―murmuró alzando levemente el rostro para contemplarla por el rabillo del ojo―, pero acabo de descubrir que matarte lentamente puede ser mucho más entretenido de lo que pensaba.

Y sin dejar que ella se recompusiese de la extraña revelación, Malfoy la empujó al suelo y se extrajo el tronco del cuerpo no sin proferir alguna que otra exclamación de dolor.

―Ahora que ya has descubierto que no puedes matarme―declaró lanzando el arma junto a Hermione, que la observó horrorizada justo antes de volver la vista hacia su rival―, ¿qué vas a hacer?

CAPÍTULO 4: JUEGO SUCIO

Nada de esto es real, nada es real, nada…

A pesar del empeño que le ponía no conseguía despertar del sueño en el que estaba presa. Sabía que había una forma de salir de la ilusión que una y otra vez repetía el preludio de su muerte, pero era incapaz de conseguir despertar. Sólo deseaba volver a la realidad a pesar de lo dolorosa o cruel que ésta fuese. No soportaba seguir respirando segundo tras segundo con la certeza de que nada de lo que viese, palpase u oyese era totalmente falso.

Despierta, puedes hacerlo. ¡Despierta!


Y entonces una nueva luz nacida de la nada la envolvió por completo enajenándola. A la espera de una nueva y perversa prueba cerró los ojos con fuerza confiando en la bondad de su enemigo. Estaba segura de que en esa ocasión todo sería bastante diferente. A medida que pasaba el tiempo y con él la lucha por su propia supervivencia los tramos se volvían más brutales y carentes de humanidad.

―¿Por qué llevas puesta la chaqueta? Hace un calor horrible.

Hermione cogió una bocanada de aire antes de hacer frente a la mujer cuya voz tan bien conocía. ¿Cómo alguien podía ser tan despiadado?

―Hermione, ¿me escuchas?

―Sí Ginny―suspiró―, te escucho.

Tras la fina membrana de piel que cubría sus ojos halló el rostro pícaro de la única amiga que para entonces todavía conservaba.

―Estás sudando.

Una gruesa gota recorrió la sien de Hermione haciendo que por primera vez sintiese el abrasante ardor del sol sobre su cuerpo. Y fue en ese preciso instante cuando comprendió el asombro de su amiga. Un grueso abrigo de piel descansaba pesaroso sobre sus hombros haciendo que su cuerpo despidiese una gran cantidad de toxinas. Odiaba sudar.

―Por cierto, ¿de dónde lo has sacado? ―preguntó la pelirroja pasando la mano sobre la peluda cubierta del abrigo―. Es horroroso, un insulto al buen gusto.

Sin esperar que Ginny volviese a hacer mención de la dichosa prenda que la cubría se la quitó y la lanzó sobre el verdoso césped. Por el intenso olor que éste desprendía pudo adivinar que acababan de cortarlo, o al menos esa era la sensación que Malfoy quería que ella percibiese.

―Bueno, ¿vas a decirme de una vez dónde lo has comprado?

―¿Por qué te interesa tanto un estúpido abrigo? ―cuestionó la castaña empezando a perder los nervios.

Odiaba que su enemigo intentase manipularla mentalmente, y mucho más que lo hiciese con copias baratas de la gente a la que quería. Era una sensación insoportable. Llevaba meses sin saber nada de su mejor amiga, deseando poder verla una vez más antes de dejar ese mundo que tanto había amado y ahora tanto repudiaba, implorando que estuviese sana y salva y ahora…ahora él la obligaba a verla con sus propios ojos, a oír su cantarina voz, a mantener una conversación ―por muy vana o incongruente que ésta pudiese resultar― sabiendo que quizá nunca volviese a saber nada de ella.

―Me interesa porque necesito saber en qué tienda lo has comprado para no volver a poner un pie allí en la vida―resolvió con decisión.

Por imposible que pudiese parecer, esa Ginny se asemejaba mucho a la auténtica. No había ni un solo fallo físico que pudiese diferenciarla de la verdadera, y eso le asustaba. Pero, por otra parte, estaba claro que Malfoy nunca había hecho ningún esfuerzo por mantener una conversación ―por corta que fuese― con su mejor amiga. Seguramente se había basado en otras mujeres para crear a esa falsa Ginny Weasley, quizá había creado ese prototipo de mujer a partir de ligues o posibles compañeras de escuela. Era patético.

Repentinamente la doble de su amiga empezó a aullar como si le hubiesen lanzado un Avada Kedavra. Cada miembro de su cuerpo se contorsionó ante los impasibles ojos de la castaña. No se permitiría sentir ni la más leve impresión por la tortura que estaba teniendo lugar ante ella.

―¿De verdad piensas que puedes engañarme con un truco tan barato? Creía que eras más ingenioso, pero está claro que te he sobrevalorado―sabía que tentar a su enemigo de esa forma era un auténtico suicidio, pero no podía evitar que las palabras vomitasen de su boca con la incredulidad que sentía. ¿Realmente Malfoy la consideraba tan estúpida como para creer por un momento que la Ginny que tenía en frente podía compararse en algún aspecto con la verdadera?―. ¿Sabes que voy a hacer ahora? Voy a quedarme aquí tranquilamente viendo cómo torturas a esa cosa, ¿y sabes por qué voy a hacerlo? ¡Porque sé que nada de esto es real! ―gritó al cielo.

―¿Hermione?

La débil voz de Ginny retumbó en sus oídos con fuerza haciendo que los asombrados ojos de Hermione se abriesen como si quisiesen escapar de sus cuencas. Esa voz…

―¿Ginny?

Durante una fracción de segundo los ojos de la ilusión se volvieron claros como el agua para volver al instante a su color original, pero algo había cambiado. La expresión de su rostro se había endurecido y su cuerpo parecía mucho más enclenque y desnutrido que el anterior.
En una segunda inspección, Hermione percibió que el entorno había cambiado. Ya no se encontraba rodeada de fauna, sino que ahora se hallaba recluida entre cuatro paredes de un intenso blanco. Y allí, encadenada a uno de los cuatro muros encontró la silueta que un segundo antes le había parecido ver, pero ahora no era ninguna ilusión.

―¿Hermione? ―repitió en susurro la prisionera logrando que una vez más Hermione se quedase sin respiración.

―No―musitó con los ojos anegados en lágrimas―. No, no…no eres real. Sólo eres una ilusión, sólo…tú no…

―Herm, ¿eres tú?―la voz de la pelirroja se quebró a medida que las palabras brotaban de sus labios amoratados.

La castaña entreabrió los labios pero ningún sonido consiguió emerger de éstos. El tiempo pasó, pero ella estaba sumergida en una especie de semiinconsciencia que no era capaz de abandonar. La sensación le recordó al secuestro al que había estado sometida. De repente deseaba volver a perderse en la irrealidad de su mente y no abandonar ese mundo de sueños hasta que el último soplo de aire la llevase directa a la nada. No estaba preparada para hacer frente a la verdad, aunque poco antes hubiese creído que sí, no lo estaba.

―Creía que no volvería a verte.

Una sutil sonrisa se dibujó en el rostro magullado de la pelirroja, y fue esa minuciosa muestra de afecto la que la obligó a despertar y dejar de ansiar la inexistencia. Ginny Weasley se encontraba a simples metros de ella y en lo único en lo que había pensado era en que ojalá Malfoy la matase en ese preciso instante para dejar de una vez por todas de sufrir. Pero ahora que había recobrado la razón no iba a permitir que nadie acabase con ella. Al fin recordaba que tenía algo por lo que luchar, alguien a quien ayudar antes de que todo finalizase.

―Ginny, voy a sacarte de aquí―dijo con toda seguridad dando un paso al frente para acercarse a su amiga.

Un inesperado quejido escapó de la garganta de Hermione al avanzar. Parpadeó sobresaltada por el repentino dolor nacido en su abdomen. Al parecer sí que había algo de verdad en los espejismos que Malfoy le mostraba. Acababa de averiguar que podía salir herida de las visiones, incluso que podía morir en ellas. Siempre había creído que el propio delirio hacia que los presos se quitasen la vida, pero al parecer los mortífagos jugaban con ellos y, cuando sus presas les aburrían, se deshacían de ellas haciéndoles creer que nada de lo que ocurriese en esas pequeñas visiones era auténtico. Los prisioneros morían creyendo que todavía quedaba una salvación para ellos, un ápice de esperanza que pudiese liberarles de su sueño. Era espantoso.

―¿Estás herida?―los ojos marrones de Ginny se clavaron en el corte sangrante que la castaña escondía bajo la camiseta rasgada por una daga.

―No es nada―aseguró llevándose la mano al vientre―. Tenemos que salir de aquí―dijo cambiando de tema.

Intentando no asustar a la pelirroja, se acercó y se arrodilló ante ella simulando total calma.

―No podemos salir de aquí―rumió Ginny por lo bajo irradiando seguridad. Su expresión era fría y firme como si estuviese completamente segura de su afirmación.

―Sí que podemos, y vamos a hacerlo, ¿me oyes?―declaró con cabezonería cogiendo el rostro de la pelirroja entre sus huesudas manos―. Vamos a salir de aquí con vida y vamos a vengarnos de ellos, ¿está claro?

Ginny asintió esbozando una sutil sonrisa mientras expulsaba las últimas lágrimas que sería capaz de generar antes de que todo terminase.

viernes, 1 de octubre de 2010

CAPÍTULO 3: HERIDAS SUPERFICIALES

Abrió los ojos de sopetón a la vez que un grito la ensordecía. Por un instante creyó tener compañía, sin embargo no tardó mucho en entender que estaba sola y que era su propio grito el que la había despertado. No recordaba haber cerrado los párpados más tiempo del debido para dormirse. Lo más seguro es que se hubiese desmayado a causa del cansancio, la sed o del frío.

―¿Henry? ―susurró con voz ronca frotándose los ojos― ¿Josephine?

Nadie respondió a su llamamiento, aunque desde luego no era algo que le sorprendiese. Conocía Vanyla, conocía a los miembros que se dedicaban a torturar a los presos del lugar y conocía el proceder de éstos. Le irían sometiendo a diferentes pruebas hasta que consiguiesen enloquecerla o matarla de la peor forma imaginable.

Intentando no volver a perder la conciencia, se levantó despacio manteniendo el apoyo de la pared a su espalda. Para su propio asombro descubrió que ya no le dolía ninguna parte del cuerpo. Ni una sola fracción de piel permanecía rasgada, sangrante o infectada. De inmediato comprendió lo que iba a ocurrir a continuación.

―¡Estoy lista!―gritó a la nada esperando que todo acabase cuanto antes.

Haces de luz de todos los colores se infiltraron por sus pupilas, que se contrajeron hasta el límite. Al instante fue incapaz de respirar, sentía una fuerte presión oprimirle el cuello; una presión que le impedía emitir el más fugaz y débil de los sonidos. No podía ver ni oír nada, era como si todo hubiese acabado, como si todo hubiese llegado a su fin. Por desgracia, sabía a ciencia cierta que no estaba muerta y que pasaría mucho tiempo hasta que ellos le permitiesen morir.

De repente sintió como si cientos de dagas se le clavasen en el cuerpo. Intentó gritar de dolor, pero las cuerdas vocales no reaccionaron. Por el contrario, su voz se ahogó bajo una gran masa de agua congelada. Hasta que no empezó a escasearle el aire hasta el límite de asfixiarse no comprendió dónde se hallaba.

Abrió los ojos de golpe y miró hacia arriba distinguiendo una tenue luz. Debía llegar hasta ella antes de que el agua llegase a sus pulmones. Impulsándose con pies y manos, buceó hacia la superficie luchando por soportar el largo tramo que aún le faltaba por recorrer. Podía conseguirlo, sabía que podía, pero para ello debía desprenderse del grueso abrigo que cargaba sobre los hombros. Sin dejar de nadar logró zafarse de éste, del jersey, los pantalones vaqueros y las zapatillas deportivas que ―sin saber muy bien porqué― vestía.

Cuando ya estaba a punto de lograr salir al exterior sintió arder su piel allí donde los gruesos trozos de hielo la habían cortado. Y entonces distinguió una gruesa placa de hielo sobre su cabeza y supo con toda certeza que iba a morir sumergida bajo aquel manto gélido que no podría romper mediante golpes. No tenía suficiente fuerza y ya apenas le quedaba aire, lo que dificultaba su capacidad de concentración. No podía pensar en nada más que no fuese en la falta de oxígeno y en el horrible ardor que le recorría todo el cuerpo. Era el fin.

Y entonces, como si alguien acabase de chivarle la respuesta, bajó la vista hacia su pecho y allí ―golpeándolo con suavidad― yacía el objeto que podría salvarle la vida. Con la vista borrosa cogió entre los dedos el pequeño colgante y lo estampó contra la espesa masa de hielo. Una intensa luz azul acero precedió al estallido que la liberó de aquella prisión acuática que había estado a punto de costarle la vida. De un momento a otro salió despedida envuelta en un torbellino de agua que la lanzó a varios metros de altura de la pequeña laguna donde la habían encerrado. Pasaron pocos segundos antes de que Hermione se estampase contra el suelo nevado, a simples metros del espesor del bosque que cercaba la laguna.

El frío la envolvió con crueldad dejándola en un estado de semiinconsciencia. Sólo cuando la visión empezó a volverse más clara empezó a sentir el dolor procedente de la brutal caída. Tendida sobre el ancho manto nevado intentó determinar las zonas más dañadas del cuerpo. Lo más probable es que se hubiese roto un par de costillas y quizá el tobillo derecho. En cuanto al resto del cuerpo no concebía que hubiese podido salir ileso del golpe. Seguramente estuviese magullada y ensangrentada. Hasta que no intentó incorporarse no descubrió que no sólo había acertado con las costillas rotas, sino que además se había dislocado el hombro derecho y la rodilla izquierda parecía haberse movido de su ubicación habitual.

Sin perder la calma consiguió a duras penas ponerse en pie. Apoyando sólo la pierna sana en el suelo se encaminó hacia el árbol más cercano. Saltó intentando guardar el equilibrio, sin embargo no soportó la lejanía del camino y cayó apenas a tres metros del árbol. Un agudo chillido escapó de su garganta al topar contra el piso al mismo tiempo que unas pocas lágrimas conseguían hacerse paso a través de las pestañas. No sabía cuánto tiempo duraría aquel calvario, pero estaba dispuesta a hacer frente a todos los retos que le pusiesen por delante. No se dejaría vencer tan fácilmente por una panda de delincuentes y asesinos. Nunca dejaría de luchar, al menos no hasta que su corazón dejase de latir.

Con el gusto ferroso de la sangre en la boca volvió a incorporarse. Saltó con cautela hasta llegar al árbol de gruesas ramas y colocó que brazo herido en una de las apreturas que había entre estas. Sabiendo que apenas podría reprimir las lágrimas de dolor, se mordió el labio justo antes de golpearse el brazo para incrustarlo entre una bifurcación en el tronco. Los dientes rasgaron la piel del labio haciendo que un fino hilo de sangre le manchase el mentón y el cuello. Y entonces, con todo el valor que le quedaba, se agarró con la mano buena a una de las ramas y se impulsó hacia atrás con fuerza. En esa ocasión no gritó pero su rostro se desfiguró de dolor hasta no quedar rastro alguno de hermosura en él. Una vez colocado el hombro en su sitio recobró la respiración. Lo peor todavía no había pasado, pero le reconfortaba pensar que estaba siendo capaz de hacer frente a la prueba de resistencia física a la que la habían desafiado.

A continuación se sentó intentando no moverse más de la cuenta para no dañar aún más las costillas, alargó las manos hacia la pierna herida y ¬―conteniendo por un segundo la respiración― cogió con fuerza la rodilla y la colocó en el sitio con un golpe seco y acertado.

Se sorprendió al comprobar que cada vez era capaz de soportar más el dolor físico y eso le alegraba de una forma que hasta podía parecer enfermiza. Ahora había llegado el momento de intentar descubrir dónde se encontraba y cómo podía escapar de allí antes de que el frío acabase con ella. La piel estaba empezando a amoratársele y ya apenas sentía las extremidades.

Empezó a caminar sin rumbo fijo adentrándose en el bosque. Lo único que le guiaba era su propia intuición, la cual no le servía de mucha ayuda teniendo en cuenta todo aquello no era más que una ilusión. Sabía que jugaban sucio, pero no podrían jugar con ella.

―¡No podréis conmigo!―gritó, y el eco de sus palabras le retumbó en los oídos―. ¡¿Me oís?! ¡No podéis engañarme! ¡No podréis volverme loca, así que más os vale matarme ahora que todavía podéis u os juro que lograré escapar de aquí y acabar con todos vosotros! ¡¿Lo habéis escuchado?! ¡Os encontraré cueste lo que cueste!

Al dar un paso más al frente sus piernas le traicionaron y cayó de rodillas al piso sin ser capaz de seguir su camino. Pero no se rendiría, seguiría el trayecto a rastras si hacía falta.

Sin previo aviso, una ráfaga de viento gélido le golpeó el rostro con violencia obligándole a cerrar los ojos y esconder la cabeza entre los brazos. El movimiento de brazos le comprimió las costillas proporcionándole horribles pinchazos en el abdomen. Un débil gemido escapó de sus labios justo antes de que una voz le hiciese olvidar el sufrimiento al que estaba siendo expuesta.

―Ya me has encontrado, ¿qué vas a hacer ahora?

Hermione parpadeó sin poder creer que él acabase de aparecerse ante ella. ¿Tan seguro estaba de su ventaja que se permitía regodearse? En realidad incluso Hermione era consciente de su gran inferioridad. Estaba coja, mareada por la pérdida de sangre y claramente indispuesta para luchar.

―Matarte―susurró, y hasta ella halló en su voz la mentira impregnada en cada sílaba.

La carcajada de su enemigo hizo que una rabia insana la invadiese. Olvidándose por completo de la lesión de la rodilla se puso en pie de golpe y de inmediato se encontró tirada en la nieve con el rostro ardiendo de puro frío.

―¿Matarme? ―su aliento rozó la nuca de Hermione haciendo que ella recobrase de nuevo la fuerza necesaria para levantarse―. Inténtalo.

De forma burlona dejó un cuchillo en el suelo junto a la mano de la castaña, que frunció los labios llena de cólera. Con los dedos amoratados y engarrotados envolvió el mango del cuchillo dispuesta a hacer frente a su atacante. Temblando, consiguió ponerse a cuatro patas y coger impulso para quedarse de rodillas. Con el pulso desacelerado levantó la vista para mirar directamente a los ojos a su contrincante.
Hermione tragó saliva al contemplar los iris grises de Draco Malfoy clavados en los suyos. Por un momento perdió el concepto de tiempo y lo único que fue capaz de hacer fue retorcer el mango del cuchillo entre los dedos mientras mantenía el contacto visual.

Sin mediar palabra Draco se acuclilló frente a ella esbozando una tenue sonrisa. Sin duda le estaba vacilando.

―¿A qué esperas para acabar conmigo, Granger?

Hermione hundió el filo del cuchillo en la nieve y se puso en pie con aire altanero.

―Espero a que estés desprevenido―musitó con odio―. Voy a matarte de la manera más cruel y despiadada que pueda engendrar tu mente perturbada. Acabaré contigo―susurró a simples centímetros del pálido rostro del chico―, y no dejaré de torturarte hasta que supliques a gritos tu muerte.

La sonrisa de Draco se agrandó de pura satisfacción. Sus pupilas ―cargadas de desafío― recorrieron el cuerpo semidesnudo de la castaña logrando incomodarla.

De manera casi inconsciente Hermione levantó el brazo y abofeteó el rostro del rubio con toda la fuerza de la que disponía. En un primer instante no ocurrió nada: Malfoy no cambió su expresión y ella no se movió un ápice.

―No me mires así―masculló Hermione entre dientes―. ¡No vuelvas a mirarme nunca así!

Durante un largo minuto el rubio la contempló sin decir ni hacer nada, sólo mantenía el contacto visual como si esperase el momento apropiado para estrangularla con sus propias manos.

Y entonces, sin que Hermione pudiese anticiparse a la reacción de Malfoy, el cuchillo que poco antes había clavado en el suelo rasgó su piel haciendo que un sutil aullido escapase del fondo de su garganta.

―Y tú no te atrevas a tocarme nunca más, ¿entendido?―murmuró junto a su oído.

Y sin decir nada más extrajo el cuchillo del vientre de la castaña junto antes de que ésta perdiese la visión y todo se volviese oscuridad ante sus ojos.

CAPÍTULO 2: UN CADÁVER CON SUERTE



El día precedió a la noche con una lentitud exasperante. A lo largo de toda la mañana había escuchado el sonido de pasos en el piso de arriba, pero la tarde había sido tan silenciosa… Por mucho que insistiese en repetirse una y otra vez que todo iba bien, sabía que se engañaba a sí misma. El ambiente que se respiraba en el lugar era tan tenso que Hermione había optado por permanecer estática en el suelo, con la cabeza pegada a las rodillas y el trozo de tela que había sido su vestido cubriéndole parte del amoratado cuerpo. Temblaba desde hacía tantas horas que para entonces incluso había llegado a olvidar el frío que hacía en aquella asfixiante mazmorra; y la única razón por la que intentaba barajar múltiples opciones que justificasen la extraña tensión habida desde el amanecer era para mantener la mente ocupada. El entretenimiento que le proporcionaban sus propios miedos y dudas ayudaban a que el tiempo transcurriese con mayor rapidez. Aun así, resultaba exasperante.

Cuando el último rayo de sol del día se desvaneció tras las altas montañas, unas voces la sacaron del profundo ensimismamiento en el que se hallaba recluida. Parpadeó un par de veces antes de incorporarse. Se recostó sobre el codo haciendo un esfuerzo inconmensurable por escuchar la conversación exterior. Pudo reconocer la voz de dos hombres cuya identidad sólo era capaz de conjeturar. Y entonces, él habló tan alto y claro que la sangre de las venas le hirvió de puro aborrecimiento. Era Nott, y lo peor del asunto era que iba acompañado por otros dos hombres. Sin lugar a dudas, sus más oscuras premoniciones se habían cumplido.

Pasó tanto tiempo intentando identificar a aquellos que acompañaban a Theodore, que para cuando quiso darse cuenta éstos ya se hallaban en el interior de su celda, escudriñándola con asco tras unas máscaras que, por desgracia, conocía demasiado bien.

―¡No podéis hacerme esto! ―gritó un desesperado Nott, mirándola por primera vez.

Sus ojos delataban el temor que sentía, sin embargo Hermione no pudo determinar cuál era la causa de ese temor. Quizá temiese a esos hombres vestidos con de gruesas capas: una de un intenso verde esmeralda y la otra de un brillante plata. Los colores pertenecientes a los Slytherin. Le asombró ver que, tras haber abandonado la escuela, todavía había gente que se enorgullecía de llevar los colores de la casa a la que había pertenecido.

―Vaya, debo admitir que has hecho un gran trabajo con ella, Notty―el aludido cerró las manos en puños al escuchar el diminutivo de su nombre y la mofa que había en él―. A nuestro Señor le encantará saber que un hombre de tu condición a mantenido relaciones sexuales con esa...cosa.

―¡Él no puede saberlo! ―imploró el chico, acercándose a la joven castaña para atestarle una patada en la cara.

Hermione cayó al suelo cubriéndose el labio partido con la mano. La herida había vuelto a abrirse y ahora la sangre deambulaba sin rumbo fijo por su brazo y cuello.

―No es necesario hacer uso de la violencia, amigo mío―aseguró el mismo hombre, e incluso Hermione logró captar esa vez la burla que contenían sus palabras. Le divertía la situación.

―¡No es más que una sangre sucia! ―bramó Nott mirándola con repulsión―. ¡No significa nada para mí!

―Entonces no veo razón por la que debas temer la reacción de nuestro Señor.

Theodore tragó saliva con dificultad. Las manos empezaban a sudarle y el labio inferior le temblaba ligeramente al visualizar los ojos del Señor Tenebroso clavados en los suyos, inspeccionando cada efímera acción que hubiese llevado a cabo en el pasado, leyendo cada uno de sus más profundos y ocultos pensamientos. Si él se enteraba de lo que sentía por aquella despreciable criatura que yacía semidesnuda en el suelo… Se estremeció sólo de pensarlo.

―¿Qué queréis a cambio?

―Veo que empezamos a entendernos―rió el hombre que hacía de intérprete―. Nuestro silencio permanente a cambio de la chica.

Nott empalideció de forma exagerada pasando una y otra vez los ojos a lo largo de la demacrada figura tendida en el piso de piedra. Cogiendo una gran bocanada de aire se arrodillo frente a la chica, que se cubrió el rostro con las manos temiendo recibir un nuevo golpe. Llevaba tanto tiempo temiendo que aquel día llegase…, tanto tiempo guardando su tesoro más preciado, ocultándola de la sociedad, protegiéndola de los suyos…, todo para que ahora se la arrebatasen. Pero no sería por mucho tiempo. Lograría rescatarla de nuevo y mantenerla a salvo. Y entonces se aseguraría de que nadie volviese a separarlos jamás.

―Pronto volveremos a estar juntos―susurró Theodore junto al oído de la muchacha.

Hermione le miró entre los huecos de los dedos suplicando por que aquella afirmación nunca se cumpliese.

―Lleváosla―dijo Nott, mostrando cierta petulancia mientras se ponía en pie.

―No sabes cuánto agradecemos tu colaboración, Notty.

El joven apretó con fuerza la mandíbula haciendo que sus dientes chirriasen ante la presión que ejercían unos sobre otros. Se encargaría de ellos cuando consiguiese recuperar a la chica.

El hombre que había estado hablando todo el rato se aproximó a Hermione hasta quedar acuclillado frente a ella. Con un repaso rápido de su cuerpo logró determinar el estado en el que se hallaba la joven.

―Veo que nuestro pequeño amigo ha sido bastante considerado contigo―comentó el mortio, cogiéndole con fuerza el brazo. Un débil jadeo logró escapar de los labios de ella cuando el individuo le dobló el brazo por el codo―. Interesante…, otros no hubiesen soportado el dolor en silencio―le dijo contemplándola con detenimiento―. ¿Cuándo se lo rompiste?

Nott se dio por enterado cuando el mortio dirigió la vista hacia él.

―Hará unas dos semanas―repuso airoso, colocándose las manos en los bolsillos.

Sin que Hermione se lo impidiese, el hombre que había frente suyo la agarró de la mandíbula para obligarla a voltear el rostro hacia él. Bajo aquella tétrica máscara la castaña halló unos familiares ojos de un oscuro imponente.

―Labio partido, ceja rota, rostro magullado…, me temo que no es suficiente―solucionó el hombre, poniéndose en pie ante la atenta mirada de Nott.

―¿Qué quieres decir?

―Nos la entregas en pésimas condiciones. No es suficiente para pagar la deuda.

Thodore tembló de pura ira.

―¿Qué más queréis?

―Por el momento, nada. Pero no creas ni por un segundo que olvidaremos el favor que nos debes.

Aquellas fueron las últimas palabras que Hermione logró captar antes de que sus ojos se cerrasen para que su mente descansase en un mundo dónde no existía el dolor, el sufrimiento o la muerte.




Un sonido familiar la despertó de golpe. La respiración agitada que había emprendido de repente le impedía reaccionar ante lo que sus ojos contemplaban con asombro. A su lado yacían dos cuerpos maniatados por gruesas cadenas de hierro oxidado. Una mujer y un hombre de aspecto similar le devolvían la mirada con una compasión que Hermione no creyó merecer.

―Pensábamos que estabas muerta―habló la mujer, esbozando una liviana sonrisa en un rostro de ojeras moradas, tez pálida y ojos de sapo.

―Y estarías mejor muerta, créeme―rumió el hombre con hosquedad.

―Ignórale. Yo suelo hacerlo.

La castaña, todavía sumida en aquella especie de trance, ojeó la habitación en la que se encontraba. Las paredes estaban manchadas de un líquido viscoso que reconoció de inmediato, y olía a orina y humedad entremezcladas con un horrible aroma a putrefacción. Al pasar por segunda vez la vista por la sala, descubrió que la causa de aquel pestilente olor procedía de una de las cuatro esquinas de la estancia.

―Ha muerto hace un par de horas, quizá tres. No estoy segura―informó la mujer.

Hermione asintió sintiendo unas ganas terribles de vomitar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué la habían llevado allí? ¿Qué iban a hacer ahora con ella?

―Pareces acostumbrada a éste tipo de…, situaciones―comentó de nuevo la mujer, ojeando de refilón el cuerpo parcialmente descompuesto de su ex-compañero de celda.

―Estoy acostumbrada a ver muertos. Están por todas partes―aclaró Hermione recostándose contra la pared de un intenso blanco moteado de rojo.

―No te han colocado los grilletes―farfulló el hombre para sí―. Mala señal, muy mala señal…

La castaña hizo caso omiso al comentario. Lo único que deseaba en ese momento era volver a sumirse en un plácido sueño y no despertar nunca más.

―¿Te han torturado?

Hermione alzó la vista para contemplar a la mujer. Su huesudo rostro denotaba aflicción y miedo.

―Algo así―repuso con cansancio.

―Pobre criatura. ¿Qué demonios has hecho para acabar aquí?

En esa ocasión ni siquiera se molestó en responder la pregunta que le habían planteado. Estaba demasiado cansada cómo para pensar, y mucho más cómo para responder el interrogatorio al que la estaba exponiendo esa pobre mujer. Le hubiese gustado hacer ella las preguntas, pero el dolor físico le impedía pensar con claridad. La cabeza le daba vueltas y la sien le pinchaba de forma irritante. Hubiese dado cualquier cosa por tener a mano una aspirina.

―¿Puedes andar?

No supo por qué, pero la pregunta le hizo despertar al instante, cómo si la acabasen de zarandear con fuerza.

―¿Qué?

―La puerta―le indicó la mujer.

Al dirigir la vista hacia el lugar que la desconocida observaba, encontró una pequeña bandeja. Sobre ella, dos vasos de vidrio: uno repleto de agua, el otro vacío. Por primera vez fue consciente de la sed que tenía. La garganta le ardía reclamando aquel líquido incoloro que alguien había dejado tras una diminuta trampilla de rejas unida a la puerta de nítido acero.

―¿Puedes llegar hasta la bandeja?

Hermione asintió levemente intentando ponerse en pie. Las piernas le temblaban tanto que eran incapaces de soportar todo el peso de su cuerpo. Sin planteárselo dos veces, se dejó caer en el suelo y se arrastró hacia la trampilla ante la suplicante mirada de ambos compañeros de celda. Se desgarró la piel del codo derecho y de las rodillas, pero no disminuyó el avance ni un solo segundo.

Satisfecha con ella misma, alargó el brazo bueno para coger el pequeño recipiente que contenía líquido, pero algo le hizo vacilar a la hora de llevárselo a la boca. Una tenue luz roja se había encendido en su interior advirtiéndole del peligro.

―No es agua―declaró Hermione en voz alta, lanzando el vaso de cristal contra la pared.

―¡¿Qué haces?! ¡¿Qué has hecho?! ―sollozó la mujer, intentando desasirse de las cadenas que la sujetaban con la única pretensión en mente de lamer el líquido que se había desparramado por el suelo―. ¡Hija de puta! ¡No eres más que una zorra! ―bramó pataleando con rabia y desesperación.

―Josephine.

Hermione miró por el rabillo del ojo al hombre de cano cabello y voluminosa barba. Parecía mucho más sosegado que su compañera, como si hubiese llegado a la misma conclusión que la castaña había conjurado.

―¡Eres una de ellos! ¡Que te jodan, que os jodan a todos! ¡¿Me oís?! ¡Que os jodan!―gritó la mujer justo antes de escupirle a la chica en plena mejilla.

Hermione se limpió el escupido del rostro con el dorso de la mano justo en el instante en el que la mujer enmudecía. Con estupefacción, Josephine contempló cómo el áspero suelo de piedra se quebraba al quemarse por aquel líquido incoloro que erróneamente había confundido con agua.

―¿Pero qué…?

―Ponzoña de serpiente―la cortó Hermione, observando con detalle la reacción química que se estaba dando lugar a sólo unos centímetros de dónde tenía apoyados los pies―. Te mata en cuestión de segundos.

Y sin necesitar que ellos afirmasen que el cadáver que descansaba en una esquina había bebido ese potingue traicionero, prosiguió con sus conjeturas:

―Cómo ya habéis podido comprobar, sus efectos son inmediatos. Incluso cuando el individuo ya ha muerto, sigue haciendo estragos en su cuerpo. El veneno hace que el proceso de descomposición del cadáver se produzca en pocas horas. Lo más seguro es que para mañana a éstas horas sólo queden huesos carcomidos esparcidos por el suelo―dijo―. Supongo que a quienes nos han encerrado aquí les debe resultar de lo más entretenido ver cómo sus víctimas caen una tras otra. Se trata de un juego: maniatan a dos individuos y dejan uno libre para que pueda coger los vasos que ellos colocan en el hueco de la puerta. Luego la avaricia del que permanece libre, su astucia o la solidaridad que muestre hacia sus compañeros encadenados hará el resto.

Antes, quizá por la repulsión que había sentido, no se había parado a pensar en lo extraño del asunto. ¿Cómo el cuerpo de un sujeto que hacía unas pocas horas que había fallecido podía encontrarse en tan avanzado grado de descomposición? Ahora sabía la respuesta, pero se recriminaba el no haber sido más rápida. Últimamente se le pasaban cosas de lo más obvias por alto. Hacía tanto tiempo que no ejercía la mente…, como deseaba devorar las páginas de un libro, de cualquier libro.

―¿Quién eres?

Esa vez le sorprendió comprobar que no era la voz de la mujer la que había hablado. Sin cambiar su expresión, Hermione posó las pupilas en las del hombre de apariencia serena.

―No soy más que una sangre sucia que ha pasado gran parte de su vida entre libros―dijo ella, desviando la mirada.

El hombre la escudriñó sabiendo que ella ocultaba algo más, algo importante. Estaba seguro de haberla visto antes, pero no era capaz de recordar dónde o cuando.

―Te conozco.

La castaña, sorprendida, volvió a posar toda su atención en él.

―No lo creo―repuso con mordacidad.

Y de sopetón, como si alguien acabase de chivarle la respuesta, el hombre abrió desmesuradamente los ojos y asintió una y otra vez, como si le estuviese dando el visto bueno a la respuesta.

―Eres aquella bruja amiga de Potter―aseveró con la certeza de que había dado en el clavo―. Sabía que te había visto en alguna parte. En El Profeta siempre te dedicaban una esquela, aunque debo admitir que no te dejaban en muy buen lugar teniendo en cuenta…

―Te equivocas de persona―dijo Hermione, mostrándose arisca y precavida a la vez.

―No, no me equivoco. Estoy seguro de que…

―¿Eres Hermione Granger? ―intervino Josephine, dejando entreabierta la boca ante la reciente sorpresa―. ¡Oh, por las calzas de Merlín! ¡Henry!

―Manteníamos la esperanza de que no os capturasen―musitó el hombre, sintiéndose repentinamente cansado. Los brazos (colgados por cadenas incrustadas en la pared) le pesaban una barbaridad.

Hermione infló las fosas nasales. No quería hablar del tema, pero no iba a permitir que nadie dejase de confiar en Harry. Él no merecía que nadie creyese que había fracasado en su misión.

―Sólo me han capturado a mí―explicó con la nostalgia adherida a su voz.

Por un instante todo quedó en silencio sepulcral. Poco después, quizá en cuestión de un par de minutos, Josephine volvió a hablar:

―Siento mucho haberte…

―No importa―solucionó Hermione, recostándose de nuevo en la pared. Necesitaba un largo descanso―. Por cierto… ¿dónde estoy?

Josephine y Henry se miraron el uno al otro con recelo, como esperando que el otro diese el primer paso y decidiese responder a la pregunta que la muchacha acababa de plantearles.

―No sabes cuánto lo lamento, querida―balbuceó apresuradamente la mujer.

―Me temo que has ido parar al único lugar que jamás podrás abandonar con vida―habló Henry―. Vanyla.

Cada terminación nerviosa de su cuerpo se avivó sólo con escuchar aquel nombre. No podía ser cierto, no podían haberla llevado allí. Cuando quiso darse cuenta se encontraba tumbada en el suelo con la mirada perdida en un punto inexistente en el vacío y lo único que su mente era capaz de repetir una y otra vez era aquel maldito nombre: Vanyla, Vanyla, Vanyla…
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