viernes, 1 de octubre de 2010

CAPÍTULO 2: UN CADÁVER CON SUERTE



El día precedió a la noche con una lentitud exasperante. A lo largo de toda la mañana había escuchado el sonido de pasos en el piso de arriba, pero la tarde había sido tan silenciosa… Por mucho que insistiese en repetirse una y otra vez que todo iba bien, sabía que se engañaba a sí misma. El ambiente que se respiraba en el lugar era tan tenso que Hermione había optado por permanecer estática en el suelo, con la cabeza pegada a las rodillas y el trozo de tela que había sido su vestido cubriéndole parte del amoratado cuerpo. Temblaba desde hacía tantas horas que para entonces incluso había llegado a olvidar el frío que hacía en aquella asfixiante mazmorra; y la única razón por la que intentaba barajar múltiples opciones que justificasen la extraña tensión habida desde el amanecer era para mantener la mente ocupada. El entretenimiento que le proporcionaban sus propios miedos y dudas ayudaban a que el tiempo transcurriese con mayor rapidez. Aun así, resultaba exasperante.

Cuando el último rayo de sol del día se desvaneció tras las altas montañas, unas voces la sacaron del profundo ensimismamiento en el que se hallaba recluida. Parpadeó un par de veces antes de incorporarse. Se recostó sobre el codo haciendo un esfuerzo inconmensurable por escuchar la conversación exterior. Pudo reconocer la voz de dos hombres cuya identidad sólo era capaz de conjeturar. Y entonces, él habló tan alto y claro que la sangre de las venas le hirvió de puro aborrecimiento. Era Nott, y lo peor del asunto era que iba acompañado por otros dos hombres. Sin lugar a dudas, sus más oscuras premoniciones se habían cumplido.

Pasó tanto tiempo intentando identificar a aquellos que acompañaban a Theodore, que para cuando quiso darse cuenta éstos ya se hallaban en el interior de su celda, escudriñándola con asco tras unas máscaras que, por desgracia, conocía demasiado bien.

―¡No podéis hacerme esto! ―gritó un desesperado Nott, mirándola por primera vez.

Sus ojos delataban el temor que sentía, sin embargo Hermione no pudo determinar cuál era la causa de ese temor. Quizá temiese a esos hombres vestidos con de gruesas capas: una de un intenso verde esmeralda y la otra de un brillante plata. Los colores pertenecientes a los Slytherin. Le asombró ver que, tras haber abandonado la escuela, todavía había gente que se enorgullecía de llevar los colores de la casa a la que había pertenecido.

―Vaya, debo admitir que has hecho un gran trabajo con ella, Notty―el aludido cerró las manos en puños al escuchar el diminutivo de su nombre y la mofa que había en él―. A nuestro Señor le encantará saber que un hombre de tu condición a mantenido relaciones sexuales con esa...cosa.

―¡Él no puede saberlo! ―imploró el chico, acercándose a la joven castaña para atestarle una patada en la cara.

Hermione cayó al suelo cubriéndose el labio partido con la mano. La herida había vuelto a abrirse y ahora la sangre deambulaba sin rumbo fijo por su brazo y cuello.

―No es necesario hacer uso de la violencia, amigo mío―aseguró el mismo hombre, e incluso Hermione logró captar esa vez la burla que contenían sus palabras. Le divertía la situación.

―¡No es más que una sangre sucia! ―bramó Nott mirándola con repulsión―. ¡No significa nada para mí!

―Entonces no veo razón por la que debas temer la reacción de nuestro Señor.

Theodore tragó saliva con dificultad. Las manos empezaban a sudarle y el labio inferior le temblaba ligeramente al visualizar los ojos del Señor Tenebroso clavados en los suyos, inspeccionando cada efímera acción que hubiese llevado a cabo en el pasado, leyendo cada uno de sus más profundos y ocultos pensamientos. Si él se enteraba de lo que sentía por aquella despreciable criatura que yacía semidesnuda en el suelo… Se estremeció sólo de pensarlo.

―¿Qué queréis a cambio?

―Veo que empezamos a entendernos―rió el hombre que hacía de intérprete―. Nuestro silencio permanente a cambio de la chica.

Nott empalideció de forma exagerada pasando una y otra vez los ojos a lo largo de la demacrada figura tendida en el piso de piedra. Cogiendo una gran bocanada de aire se arrodillo frente a la chica, que se cubrió el rostro con las manos temiendo recibir un nuevo golpe. Llevaba tanto tiempo temiendo que aquel día llegase…, tanto tiempo guardando su tesoro más preciado, ocultándola de la sociedad, protegiéndola de los suyos…, todo para que ahora se la arrebatasen. Pero no sería por mucho tiempo. Lograría rescatarla de nuevo y mantenerla a salvo. Y entonces se aseguraría de que nadie volviese a separarlos jamás.

―Pronto volveremos a estar juntos―susurró Theodore junto al oído de la muchacha.

Hermione le miró entre los huecos de los dedos suplicando por que aquella afirmación nunca se cumpliese.

―Lleváosla―dijo Nott, mostrando cierta petulancia mientras se ponía en pie.

―No sabes cuánto agradecemos tu colaboración, Notty.

El joven apretó con fuerza la mandíbula haciendo que sus dientes chirriasen ante la presión que ejercían unos sobre otros. Se encargaría de ellos cuando consiguiese recuperar a la chica.

El hombre que había estado hablando todo el rato se aproximó a Hermione hasta quedar acuclillado frente a ella. Con un repaso rápido de su cuerpo logró determinar el estado en el que se hallaba la joven.

―Veo que nuestro pequeño amigo ha sido bastante considerado contigo―comentó el mortio, cogiéndole con fuerza el brazo. Un débil jadeo logró escapar de los labios de ella cuando el individuo le dobló el brazo por el codo―. Interesante…, otros no hubiesen soportado el dolor en silencio―le dijo contemplándola con detenimiento―. ¿Cuándo se lo rompiste?

Nott se dio por enterado cuando el mortio dirigió la vista hacia él.

―Hará unas dos semanas―repuso airoso, colocándose las manos en los bolsillos.

Sin que Hermione se lo impidiese, el hombre que había frente suyo la agarró de la mandíbula para obligarla a voltear el rostro hacia él. Bajo aquella tétrica máscara la castaña halló unos familiares ojos de un oscuro imponente.

―Labio partido, ceja rota, rostro magullado…, me temo que no es suficiente―solucionó el hombre, poniéndose en pie ante la atenta mirada de Nott.

―¿Qué quieres decir?

―Nos la entregas en pésimas condiciones. No es suficiente para pagar la deuda.

Thodore tembló de pura ira.

―¿Qué más queréis?

―Por el momento, nada. Pero no creas ni por un segundo que olvidaremos el favor que nos debes.

Aquellas fueron las últimas palabras que Hermione logró captar antes de que sus ojos se cerrasen para que su mente descansase en un mundo dónde no existía el dolor, el sufrimiento o la muerte.




Un sonido familiar la despertó de golpe. La respiración agitada que había emprendido de repente le impedía reaccionar ante lo que sus ojos contemplaban con asombro. A su lado yacían dos cuerpos maniatados por gruesas cadenas de hierro oxidado. Una mujer y un hombre de aspecto similar le devolvían la mirada con una compasión que Hermione no creyó merecer.

―Pensábamos que estabas muerta―habló la mujer, esbozando una liviana sonrisa en un rostro de ojeras moradas, tez pálida y ojos de sapo.

―Y estarías mejor muerta, créeme―rumió el hombre con hosquedad.

―Ignórale. Yo suelo hacerlo.

La castaña, todavía sumida en aquella especie de trance, ojeó la habitación en la que se encontraba. Las paredes estaban manchadas de un líquido viscoso que reconoció de inmediato, y olía a orina y humedad entremezcladas con un horrible aroma a putrefacción. Al pasar por segunda vez la vista por la sala, descubrió que la causa de aquel pestilente olor procedía de una de las cuatro esquinas de la estancia.

―Ha muerto hace un par de horas, quizá tres. No estoy segura―informó la mujer.

Hermione asintió sintiendo unas ganas terribles de vomitar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué la habían llevado allí? ¿Qué iban a hacer ahora con ella?

―Pareces acostumbrada a éste tipo de…, situaciones―comentó de nuevo la mujer, ojeando de refilón el cuerpo parcialmente descompuesto de su ex-compañero de celda.

―Estoy acostumbrada a ver muertos. Están por todas partes―aclaró Hermione recostándose contra la pared de un intenso blanco moteado de rojo.

―No te han colocado los grilletes―farfulló el hombre para sí―. Mala señal, muy mala señal…

La castaña hizo caso omiso al comentario. Lo único que deseaba en ese momento era volver a sumirse en un plácido sueño y no despertar nunca más.

―¿Te han torturado?

Hermione alzó la vista para contemplar a la mujer. Su huesudo rostro denotaba aflicción y miedo.

―Algo así―repuso con cansancio.

―Pobre criatura. ¿Qué demonios has hecho para acabar aquí?

En esa ocasión ni siquiera se molestó en responder la pregunta que le habían planteado. Estaba demasiado cansada cómo para pensar, y mucho más cómo para responder el interrogatorio al que la estaba exponiendo esa pobre mujer. Le hubiese gustado hacer ella las preguntas, pero el dolor físico le impedía pensar con claridad. La cabeza le daba vueltas y la sien le pinchaba de forma irritante. Hubiese dado cualquier cosa por tener a mano una aspirina.

―¿Puedes andar?

No supo por qué, pero la pregunta le hizo despertar al instante, cómo si la acabasen de zarandear con fuerza.

―¿Qué?

―La puerta―le indicó la mujer.

Al dirigir la vista hacia el lugar que la desconocida observaba, encontró una pequeña bandeja. Sobre ella, dos vasos de vidrio: uno repleto de agua, el otro vacío. Por primera vez fue consciente de la sed que tenía. La garganta le ardía reclamando aquel líquido incoloro que alguien había dejado tras una diminuta trampilla de rejas unida a la puerta de nítido acero.

―¿Puedes llegar hasta la bandeja?

Hermione asintió levemente intentando ponerse en pie. Las piernas le temblaban tanto que eran incapaces de soportar todo el peso de su cuerpo. Sin planteárselo dos veces, se dejó caer en el suelo y se arrastró hacia la trampilla ante la suplicante mirada de ambos compañeros de celda. Se desgarró la piel del codo derecho y de las rodillas, pero no disminuyó el avance ni un solo segundo.

Satisfecha con ella misma, alargó el brazo bueno para coger el pequeño recipiente que contenía líquido, pero algo le hizo vacilar a la hora de llevárselo a la boca. Una tenue luz roja se había encendido en su interior advirtiéndole del peligro.

―No es agua―declaró Hermione en voz alta, lanzando el vaso de cristal contra la pared.

―¡¿Qué haces?! ¡¿Qué has hecho?! ―sollozó la mujer, intentando desasirse de las cadenas que la sujetaban con la única pretensión en mente de lamer el líquido que se había desparramado por el suelo―. ¡Hija de puta! ¡No eres más que una zorra! ―bramó pataleando con rabia y desesperación.

―Josephine.

Hermione miró por el rabillo del ojo al hombre de cano cabello y voluminosa barba. Parecía mucho más sosegado que su compañera, como si hubiese llegado a la misma conclusión que la castaña había conjurado.

―¡Eres una de ellos! ¡Que te jodan, que os jodan a todos! ¡¿Me oís?! ¡Que os jodan!―gritó la mujer justo antes de escupirle a la chica en plena mejilla.

Hermione se limpió el escupido del rostro con el dorso de la mano justo en el instante en el que la mujer enmudecía. Con estupefacción, Josephine contempló cómo el áspero suelo de piedra se quebraba al quemarse por aquel líquido incoloro que erróneamente había confundido con agua.

―¿Pero qué…?

―Ponzoña de serpiente―la cortó Hermione, observando con detalle la reacción química que se estaba dando lugar a sólo unos centímetros de dónde tenía apoyados los pies―. Te mata en cuestión de segundos.

Y sin necesitar que ellos afirmasen que el cadáver que descansaba en una esquina había bebido ese potingue traicionero, prosiguió con sus conjeturas:

―Cómo ya habéis podido comprobar, sus efectos son inmediatos. Incluso cuando el individuo ya ha muerto, sigue haciendo estragos en su cuerpo. El veneno hace que el proceso de descomposición del cadáver se produzca en pocas horas. Lo más seguro es que para mañana a éstas horas sólo queden huesos carcomidos esparcidos por el suelo―dijo―. Supongo que a quienes nos han encerrado aquí les debe resultar de lo más entretenido ver cómo sus víctimas caen una tras otra. Se trata de un juego: maniatan a dos individuos y dejan uno libre para que pueda coger los vasos que ellos colocan en el hueco de la puerta. Luego la avaricia del que permanece libre, su astucia o la solidaridad que muestre hacia sus compañeros encadenados hará el resto.

Antes, quizá por la repulsión que había sentido, no se había parado a pensar en lo extraño del asunto. ¿Cómo el cuerpo de un sujeto que hacía unas pocas horas que había fallecido podía encontrarse en tan avanzado grado de descomposición? Ahora sabía la respuesta, pero se recriminaba el no haber sido más rápida. Últimamente se le pasaban cosas de lo más obvias por alto. Hacía tanto tiempo que no ejercía la mente…, como deseaba devorar las páginas de un libro, de cualquier libro.

―¿Quién eres?

Esa vez le sorprendió comprobar que no era la voz de la mujer la que había hablado. Sin cambiar su expresión, Hermione posó las pupilas en las del hombre de apariencia serena.

―No soy más que una sangre sucia que ha pasado gran parte de su vida entre libros―dijo ella, desviando la mirada.

El hombre la escudriñó sabiendo que ella ocultaba algo más, algo importante. Estaba seguro de haberla visto antes, pero no era capaz de recordar dónde o cuando.

―Te conozco.

La castaña, sorprendida, volvió a posar toda su atención en él.

―No lo creo―repuso con mordacidad.

Y de sopetón, como si alguien acabase de chivarle la respuesta, el hombre abrió desmesuradamente los ojos y asintió una y otra vez, como si le estuviese dando el visto bueno a la respuesta.

―Eres aquella bruja amiga de Potter―aseveró con la certeza de que había dado en el clavo―. Sabía que te había visto en alguna parte. En El Profeta siempre te dedicaban una esquela, aunque debo admitir que no te dejaban en muy buen lugar teniendo en cuenta…

―Te equivocas de persona―dijo Hermione, mostrándose arisca y precavida a la vez.

―No, no me equivoco. Estoy seguro de que…

―¿Eres Hermione Granger? ―intervino Josephine, dejando entreabierta la boca ante la reciente sorpresa―. ¡Oh, por las calzas de Merlín! ¡Henry!

―Manteníamos la esperanza de que no os capturasen―musitó el hombre, sintiéndose repentinamente cansado. Los brazos (colgados por cadenas incrustadas en la pared) le pesaban una barbaridad.

Hermione infló las fosas nasales. No quería hablar del tema, pero no iba a permitir que nadie dejase de confiar en Harry. Él no merecía que nadie creyese que había fracasado en su misión.

―Sólo me han capturado a mí―explicó con la nostalgia adherida a su voz.

Por un instante todo quedó en silencio sepulcral. Poco después, quizá en cuestión de un par de minutos, Josephine volvió a hablar:

―Siento mucho haberte…

―No importa―solucionó Hermione, recostándose de nuevo en la pared. Necesitaba un largo descanso―. Por cierto… ¿dónde estoy?

Josephine y Henry se miraron el uno al otro con recelo, como esperando que el otro diese el primer paso y decidiese responder a la pregunta que la muchacha acababa de plantearles.

―No sabes cuánto lo lamento, querida―balbuceó apresuradamente la mujer.

―Me temo que has ido parar al único lugar que jamás podrás abandonar con vida―habló Henry―. Vanyla.

Cada terminación nerviosa de su cuerpo se avivó sólo con escuchar aquel nombre. No podía ser cierto, no podían haberla llevado allí. Cuando quiso darse cuenta se encontraba tumbada en el suelo con la mirada perdida en un punto inexistente en el vacío y lo único que su mente era capaz de repetir una y otra vez era aquel maldito nombre: Vanyla, Vanyla, Vanyla…

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