viernes, 1 de octubre de 2010

CAPÍTULO 3: HERIDAS SUPERFICIALES

Abrió los ojos de sopetón a la vez que un grito la ensordecía. Por un instante creyó tener compañía, sin embargo no tardó mucho en entender que estaba sola y que era su propio grito el que la había despertado. No recordaba haber cerrado los párpados más tiempo del debido para dormirse. Lo más seguro es que se hubiese desmayado a causa del cansancio, la sed o del frío.

―¿Henry? ―susurró con voz ronca frotándose los ojos― ¿Josephine?

Nadie respondió a su llamamiento, aunque desde luego no era algo que le sorprendiese. Conocía Vanyla, conocía a los miembros que se dedicaban a torturar a los presos del lugar y conocía el proceder de éstos. Le irían sometiendo a diferentes pruebas hasta que consiguiesen enloquecerla o matarla de la peor forma imaginable.

Intentando no volver a perder la conciencia, se levantó despacio manteniendo el apoyo de la pared a su espalda. Para su propio asombro descubrió que ya no le dolía ninguna parte del cuerpo. Ni una sola fracción de piel permanecía rasgada, sangrante o infectada. De inmediato comprendió lo que iba a ocurrir a continuación.

―¡Estoy lista!―gritó a la nada esperando que todo acabase cuanto antes.

Haces de luz de todos los colores se infiltraron por sus pupilas, que se contrajeron hasta el límite. Al instante fue incapaz de respirar, sentía una fuerte presión oprimirle el cuello; una presión que le impedía emitir el más fugaz y débil de los sonidos. No podía ver ni oír nada, era como si todo hubiese acabado, como si todo hubiese llegado a su fin. Por desgracia, sabía a ciencia cierta que no estaba muerta y que pasaría mucho tiempo hasta que ellos le permitiesen morir.

De repente sintió como si cientos de dagas se le clavasen en el cuerpo. Intentó gritar de dolor, pero las cuerdas vocales no reaccionaron. Por el contrario, su voz se ahogó bajo una gran masa de agua congelada. Hasta que no empezó a escasearle el aire hasta el límite de asfixiarse no comprendió dónde se hallaba.

Abrió los ojos de golpe y miró hacia arriba distinguiendo una tenue luz. Debía llegar hasta ella antes de que el agua llegase a sus pulmones. Impulsándose con pies y manos, buceó hacia la superficie luchando por soportar el largo tramo que aún le faltaba por recorrer. Podía conseguirlo, sabía que podía, pero para ello debía desprenderse del grueso abrigo que cargaba sobre los hombros. Sin dejar de nadar logró zafarse de éste, del jersey, los pantalones vaqueros y las zapatillas deportivas que ―sin saber muy bien porqué― vestía.

Cuando ya estaba a punto de lograr salir al exterior sintió arder su piel allí donde los gruesos trozos de hielo la habían cortado. Y entonces distinguió una gruesa placa de hielo sobre su cabeza y supo con toda certeza que iba a morir sumergida bajo aquel manto gélido que no podría romper mediante golpes. No tenía suficiente fuerza y ya apenas le quedaba aire, lo que dificultaba su capacidad de concentración. No podía pensar en nada más que no fuese en la falta de oxígeno y en el horrible ardor que le recorría todo el cuerpo. Era el fin.

Y entonces, como si alguien acabase de chivarle la respuesta, bajó la vista hacia su pecho y allí ―golpeándolo con suavidad― yacía el objeto que podría salvarle la vida. Con la vista borrosa cogió entre los dedos el pequeño colgante y lo estampó contra la espesa masa de hielo. Una intensa luz azul acero precedió al estallido que la liberó de aquella prisión acuática que había estado a punto de costarle la vida. De un momento a otro salió despedida envuelta en un torbellino de agua que la lanzó a varios metros de altura de la pequeña laguna donde la habían encerrado. Pasaron pocos segundos antes de que Hermione se estampase contra el suelo nevado, a simples metros del espesor del bosque que cercaba la laguna.

El frío la envolvió con crueldad dejándola en un estado de semiinconsciencia. Sólo cuando la visión empezó a volverse más clara empezó a sentir el dolor procedente de la brutal caída. Tendida sobre el ancho manto nevado intentó determinar las zonas más dañadas del cuerpo. Lo más probable es que se hubiese roto un par de costillas y quizá el tobillo derecho. En cuanto al resto del cuerpo no concebía que hubiese podido salir ileso del golpe. Seguramente estuviese magullada y ensangrentada. Hasta que no intentó incorporarse no descubrió que no sólo había acertado con las costillas rotas, sino que además se había dislocado el hombro derecho y la rodilla izquierda parecía haberse movido de su ubicación habitual.

Sin perder la calma consiguió a duras penas ponerse en pie. Apoyando sólo la pierna sana en el suelo se encaminó hacia el árbol más cercano. Saltó intentando guardar el equilibrio, sin embargo no soportó la lejanía del camino y cayó apenas a tres metros del árbol. Un agudo chillido escapó de su garganta al topar contra el piso al mismo tiempo que unas pocas lágrimas conseguían hacerse paso a través de las pestañas. No sabía cuánto tiempo duraría aquel calvario, pero estaba dispuesta a hacer frente a todos los retos que le pusiesen por delante. No se dejaría vencer tan fácilmente por una panda de delincuentes y asesinos. Nunca dejaría de luchar, al menos no hasta que su corazón dejase de latir.

Con el gusto ferroso de la sangre en la boca volvió a incorporarse. Saltó con cautela hasta llegar al árbol de gruesas ramas y colocó que brazo herido en una de las apreturas que había entre estas. Sabiendo que apenas podría reprimir las lágrimas de dolor, se mordió el labio justo antes de golpearse el brazo para incrustarlo entre una bifurcación en el tronco. Los dientes rasgaron la piel del labio haciendo que un fino hilo de sangre le manchase el mentón y el cuello. Y entonces, con todo el valor que le quedaba, se agarró con la mano buena a una de las ramas y se impulsó hacia atrás con fuerza. En esa ocasión no gritó pero su rostro se desfiguró de dolor hasta no quedar rastro alguno de hermosura en él. Una vez colocado el hombro en su sitio recobró la respiración. Lo peor todavía no había pasado, pero le reconfortaba pensar que estaba siendo capaz de hacer frente a la prueba de resistencia física a la que la habían desafiado.

A continuación se sentó intentando no moverse más de la cuenta para no dañar aún más las costillas, alargó las manos hacia la pierna herida y ¬―conteniendo por un segundo la respiración― cogió con fuerza la rodilla y la colocó en el sitio con un golpe seco y acertado.

Se sorprendió al comprobar que cada vez era capaz de soportar más el dolor físico y eso le alegraba de una forma que hasta podía parecer enfermiza. Ahora había llegado el momento de intentar descubrir dónde se encontraba y cómo podía escapar de allí antes de que el frío acabase con ella. La piel estaba empezando a amoratársele y ya apenas sentía las extremidades.

Empezó a caminar sin rumbo fijo adentrándose en el bosque. Lo único que le guiaba era su propia intuición, la cual no le servía de mucha ayuda teniendo en cuenta todo aquello no era más que una ilusión. Sabía que jugaban sucio, pero no podrían jugar con ella.

―¡No podréis conmigo!―gritó, y el eco de sus palabras le retumbó en los oídos―. ¡¿Me oís?! ¡No podéis engañarme! ¡No podréis volverme loca, así que más os vale matarme ahora que todavía podéis u os juro que lograré escapar de aquí y acabar con todos vosotros! ¡¿Lo habéis escuchado?! ¡Os encontraré cueste lo que cueste!

Al dar un paso más al frente sus piernas le traicionaron y cayó de rodillas al piso sin ser capaz de seguir su camino. Pero no se rendiría, seguiría el trayecto a rastras si hacía falta.

Sin previo aviso, una ráfaga de viento gélido le golpeó el rostro con violencia obligándole a cerrar los ojos y esconder la cabeza entre los brazos. El movimiento de brazos le comprimió las costillas proporcionándole horribles pinchazos en el abdomen. Un débil gemido escapó de sus labios justo antes de que una voz le hiciese olvidar el sufrimiento al que estaba siendo expuesta.

―Ya me has encontrado, ¿qué vas a hacer ahora?

Hermione parpadeó sin poder creer que él acabase de aparecerse ante ella. ¿Tan seguro estaba de su ventaja que se permitía regodearse? En realidad incluso Hermione era consciente de su gran inferioridad. Estaba coja, mareada por la pérdida de sangre y claramente indispuesta para luchar.

―Matarte―susurró, y hasta ella halló en su voz la mentira impregnada en cada sílaba.

La carcajada de su enemigo hizo que una rabia insana la invadiese. Olvidándose por completo de la lesión de la rodilla se puso en pie de golpe y de inmediato se encontró tirada en la nieve con el rostro ardiendo de puro frío.

―¿Matarme? ―su aliento rozó la nuca de Hermione haciendo que ella recobrase de nuevo la fuerza necesaria para levantarse―. Inténtalo.

De forma burlona dejó un cuchillo en el suelo junto a la mano de la castaña, que frunció los labios llena de cólera. Con los dedos amoratados y engarrotados envolvió el mango del cuchillo dispuesta a hacer frente a su atacante. Temblando, consiguió ponerse a cuatro patas y coger impulso para quedarse de rodillas. Con el pulso desacelerado levantó la vista para mirar directamente a los ojos a su contrincante.
Hermione tragó saliva al contemplar los iris grises de Draco Malfoy clavados en los suyos. Por un momento perdió el concepto de tiempo y lo único que fue capaz de hacer fue retorcer el mango del cuchillo entre los dedos mientras mantenía el contacto visual.

Sin mediar palabra Draco se acuclilló frente a ella esbozando una tenue sonrisa. Sin duda le estaba vacilando.

―¿A qué esperas para acabar conmigo, Granger?

Hermione hundió el filo del cuchillo en la nieve y se puso en pie con aire altanero.

―Espero a que estés desprevenido―musitó con odio―. Voy a matarte de la manera más cruel y despiadada que pueda engendrar tu mente perturbada. Acabaré contigo―susurró a simples centímetros del pálido rostro del chico―, y no dejaré de torturarte hasta que supliques a gritos tu muerte.

La sonrisa de Draco se agrandó de pura satisfacción. Sus pupilas ―cargadas de desafío― recorrieron el cuerpo semidesnudo de la castaña logrando incomodarla.

De manera casi inconsciente Hermione levantó el brazo y abofeteó el rostro del rubio con toda la fuerza de la que disponía. En un primer instante no ocurrió nada: Malfoy no cambió su expresión y ella no se movió un ápice.

―No me mires así―masculló Hermione entre dientes―. ¡No vuelvas a mirarme nunca así!

Durante un largo minuto el rubio la contempló sin decir ni hacer nada, sólo mantenía el contacto visual como si esperase el momento apropiado para estrangularla con sus propias manos.

Y entonces, sin que Hermione pudiese anticiparse a la reacción de Malfoy, el cuchillo que poco antes había clavado en el suelo rasgó su piel haciendo que un sutil aullido escapase del fondo de su garganta.

―Y tú no te atrevas a tocarme nunca más, ¿entendido?―murmuró junto a su oído.

Y sin decir nada más extrajo el cuchillo del vientre de la castaña junto antes de que ésta perdiese la visión y todo se volviese oscuridad ante sus ojos.

1 comentario:

  1. Wow, me encanta la manera n' la que escribes!! Muy bien :D
    Gracias por pasart por el blog

    A kiss
    Elii

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