jueves, 7 de octubre de 2010

CAPÍTULO 4: JUEGO SUCIO

Nada de esto es real, nada es real, nada…

A pesar del empeño que le ponía no conseguía despertar del sueño en el que estaba presa. Sabía que había una forma de salir de la ilusión que una y otra vez repetía el preludio de su muerte, pero era incapaz de conseguir despertar. Sólo deseaba volver a la realidad a pesar de lo dolorosa o cruel que ésta fuese. No soportaba seguir respirando segundo tras segundo con la certeza de que nada de lo que viese, palpase u oyese era totalmente falso.

Despierta, puedes hacerlo. ¡Despierta!


Y entonces una nueva luz nacida de la nada la envolvió por completo enajenándola. A la espera de una nueva y perversa prueba cerró los ojos con fuerza confiando en la bondad de su enemigo. Estaba segura de que en esa ocasión todo sería bastante diferente. A medida que pasaba el tiempo y con él la lucha por su propia supervivencia los tramos se volvían más brutales y carentes de humanidad.

―¿Por qué llevas puesta la chaqueta? Hace un calor horrible.

Hermione cogió una bocanada de aire antes de hacer frente a la mujer cuya voz tan bien conocía. ¿Cómo alguien podía ser tan despiadado?

―Hermione, ¿me escuchas?

―Sí Ginny―suspiró―, te escucho.

Tras la fina membrana de piel que cubría sus ojos halló el rostro pícaro de la única amiga que para entonces todavía conservaba.

―Estás sudando.

Una gruesa gota recorrió la sien de Hermione haciendo que por primera vez sintiese el abrasante ardor del sol sobre su cuerpo. Y fue en ese preciso instante cuando comprendió el asombro de su amiga. Un grueso abrigo de piel descansaba pesaroso sobre sus hombros haciendo que su cuerpo despidiese una gran cantidad de toxinas. Odiaba sudar.

―Por cierto, ¿de dónde lo has sacado? ―preguntó la pelirroja pasando la mano sobre la peluda cubierta del abrigo―. Es horroroso, un insulto al buen gusto.

Sin esperar que Ginny volviese a hacer mención de la dichosa prenda que la cubría se la quitó y la lanzó sobre el verdoso césped. Por el intenso olor que éste desprendía pudo adivinar que acababan de cortarlo, o al menos esa era la sensación que Malfoy quería que ella percibiese.

―Bueno, ¿vas a decirme de una vez dónde lo has comprado?

―¿Por qué te interesa tanto un estúpido abrigo? ―cuestionó la castaña empezando a perder los nervios.

Odiaba que su enemigo intentase manipularla mentalmente, y mucho más que lo hiciese con copias baratas de la gente a la que quería. Era una sensación insoportable. Llevaba meses sin saber nada de su mejor amiga, deseando poder verla una vez más antes de dejar ese mundo que tanto había amado y ahora tanto repudiaba, implorando que estuviese sana y salva y ahora…ahora él la obligaba a verla con sus propios ojos, a oír su cantarina voz, a mantener una conversación ―por muy vana o incongruente que ésta pudiese resultar― sabiendo que quizá nunca volviese a saber nada de ella.

―Me interesa porque necesito saber en qué tienda lo has comprado para no volver a poner un pie allí en la vida―resolvió con decisión.

Por imposible que pudiese parecer, esa Ginny se asemejaba mucho a la auténtica. No había ni un solo fallo físico que pudiese diferenciarla de la verdadera, y eso le asustaba. Pero, por otra parte, estaba claro que Malfoy nunca había hecho ningún esfuerzo por mantener una conversación ―por corta que fuese― con su mejor amiga. Seguramente se había basado en otras mujeres para crear a esa falsa Ginny Weasley, quizá había creado ese prototipo de mujer a partir de ligues o posibles compañeras de escuela. Era patético.

Repentinamente la doble de su amiga empezó a aullar como si le hubiesen lanzado un Avada Kedavra. Cada miembro de su cuerpo se contorsionó ante los impasibles ojos de la castaña. No se permitiría sentir ni la más leve impresión por la tortura que estaba teniendo lugar ante ella.

―¿De verdad piensas que puedes engañarme con un truco tan barato? Creía que eras más ingenioso, pero está claro que te he sobrevalorado―sabía que tentar a su enemigo de esa forma era un auténtico suicidio, pero no podía evitar que las palabras vomitasen de su boca con la incredulidad que sentía. ¿Realmente Malfoy la consideraba tan estúpida como para creer por un momento que la Ginny que tenía en frente podía compararse en algún aspecto con la verdadera?―. ¿Sabes que voy a hacer ahora? Voy a quedarme aquí tranquilamente viendo cómo torturas a esa cosa, ¿y sabes por qué voy a hacerlo? ¡Porque sé que nada de esto es real! ―gritó al cielo.

―¿Hermione?

La débil voz de Ginny retumbó en sus oídos con fuerza haciendo que los asombrados ojos de Hermione se abriesen como si quisiesen escapar de sus cuencas. Esa voz…

―¿Ginny?

Durante una fracción de segundo los ojos de la ilusión se volvieron claros como el agua para volver al instante a su color original, pero algo había cambiado. La expresión de su rostro se había endurecido y su cuerpo parecía mucho más enclenque y desnutrido que el anterior.
En una segunda inspección, Hermione percibió que el entorno había cambiado. Ya no se encontraba rodeada de fauna, sino que ahora se hallaba recluida entre cuatro paredes de un intenso blanco. Y allí, encadenada a uno de los cuatro muros encontró la silueta que un segundo antes le había parecido ver, pero ahora no era ninguna ilusión.

―¿Hermione? ―repitió en susurro la prisionera logrando que una vez más Hermione se quedase sin respiración.

―No―musitó con los ojos anegados en lágrimas―. No, no…no eres real. Sólo eres una ilusión, sólo…tú no…

―Herm, ¿eres tú?―la voz de la pelirroja se quebró a medida que las palabras brotaban de sus labios amoratados.

La castaña entreabrió los labios pero ningún sonido consiguió emerger de éstos. El tiempo pasó, pero ella estaba sumergida en una especie de semiinconsciencia que no era capaz de abandonar. La sensación le recordó al secuestro al que había estado sometida. De repente deseaba volver a perderse en la irrealidad de su mente y no abandonar ese mundo de sueños hasta que el último soplo de aire la llevase directa a la nada. No estaba preparada para hacer frente a la verdad, aunque poco antes hubiese creído que sí, no lo estaba.

―Creía que no volvería a verte.

Una sutil sonrisa se dibujó en el rostro magullado de la pelirroja, y fue esa minuciosa muestra de afecto la que la obligó a despertar y dejar de ansiar la inexistencia. Ginny Weasley se encontraba a simples metros de ella y en lo único en lo que había pensado era en que ojalá Malfoy la matase en ese preciso instante para dejar de una vez por todas de sufrir. Pero ahora que había recobrado la razón no iba a permitir que nadie acabase con ella. Al fin recordaba que tenía algo por lo que luchar, alguien a quien ayudar antes de que todo finalizase.

―Ginny, voy a sacarte de aquí―dijo con toda seguridad dando un paso al frente para acercarse a su amiga.

Un inesperado quejido escapó de la garganta de Hermione al avanzar. Parpadeó sobresaltada por el repentino dolor nacido en su abdomen. Al parecer sí que había algo de verdad en los espejismos que Malfoy le mostraba. Acababa de averiguar que podía salir herida de las visiones, incluso que podía morir en ellas. Siempre había creído que el propio delirio hacia que los presos se quitasen la vida, pero al parecer los mortífagos jugaban con ellos y, cuando sus presas les aburrían, se deshacían de ellas haciéndoles creer que nada de lo que ocurriese en esas pequeñas visiones era auténtico. Los prisioneros morían creyendo que todavía quedaba una salvación para ellos, un ápice de esperanza que pudiese liberarles de su sueño. Era espantoso.

―¿Estás herida?―los ojos marrones de Ginny se clavaron en el corte sangrante que la castaña escondía bajo la camiseta rasgada por una daga.

―No es nada―aseguró llevándose la mano al vientre―. Tenemos que salir de aquí―dijo cambiando de tema.

Intentando no asustar a la pelirroja, se acercó y se arrodilló ante ella simulando total calma.

―No podemos salir de aquí―rumió Ginny por lo bajo irradiando seguridad. Su expresión era fría y firme como si estuviese completamente segura de su afirmación.

―Sí que podemos, y vamos a hacerlo, ¿me oyes?―declaró con cabezonería cogiendo el rostro de la pelirroja entre sus huesudas manos―. Vamos a salir de aquí con vida y vamos a vengarnos de ellos, ¿está claro?

Ginny asintió esbozando una sutil sonrisa mientras expulsaba las últimas lágrimas que sería capaz de generar antes de que todo terminase.

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