jueves, 7 de octubre de 2010

CAPÍTULO 5: UN SOPLO DE COMPASIÓN

El estómago le dio un vuelco al retornar a un nuevo escenario cuna del peligro. Sintió el calor abrasante del sol sobre su tez, pero no era capaz de sentirlo en ninguna otra parte de su cuerpo a excepción de las yemas de los dedos. Al instante supo a qué se debía ese extraño suceso. De nuevo ese maldito saco peludo que se asemejaba a un abrigo la cubría haciendo que su piel desprendiese toxinas. Con ansia, se libró del grueso manto y lo lanzó sobre la ardiente arena. Se sorprendió al ver que se encontraba a pocos metros del oleaje de un mar embravecido.

Una voz en su interior le avisó de la anomalía que la rodeaba haciendo que dirigiese la vista tras ella. A dos pasos de dónde Hermione se hallaba, la luz se perdía convertida en oscuridad. Ante sus ojos las estrellas brillaban con luz propia bajo una amplia superficie rocosa. Sólo tenía que dar un par de pasos al frente para que el día diese paso a la noche. ¿A qué jugaba Malfoy?

Dio un paso y frenó con la mirada clavada en el horizonte. A lo lejos altas montañas nevadas avecinaban una travesía llena de dificultades. ¿Por qué debía adentrarse en aquel lugar al acecho de su enemigo? Envuelta en la penumbra no podría desenvolverse con la suficiente soltura con la que podía hacerlo en el lugar en el que se encontraba. Definitivamente, no se arriesgaría a cruzar a solas la infértil explanada. Esperaría allí a que Malfoy se manifestase, o al menos hasta que mostrase cual era la finalidad de ese nuevo juego que había construido expresamente para ella.

Las horas pasaron con lentitud y, con ellas, la paciencia de Hermione se fue consumiendo. A pesar de que el concepto de tiempo parecía seguir su curso natural en cuanto al ritmo del oleaje, la frecuencia con la que las aves cantaban y la diferencia de contrastes entre las distintas corrientes de aire, la luz no escaseaba. De hecho, en todas las horas que había permanecido sentada mirando con cierta crispación el inconstante movimiento del mar, no había apreciado ningún cambio en el astro que brillaba iracundo sobre el cielo despejado. ¿Es que allí no anochecía? Quizá ambos lados fuesen perpetuos, quizá las sempiternas sombras de la noche arrasasen sólo la zona que Hermione no estaba dispuesta a pisar si no era del todo imprescindible. Quizá allí siempre fuese de día. Incluso podía ser que el clima también fuese estable aunque, teniendo en cuenta que los ritmos del viento modificaban, lo más probable era que el clima permaneciese tan inestable como en la realidad.

Y de repente, como si acabasen de leerle la mente, un chaparrón se hizo amo y señor del cielo cubriéndolo de gruesas nubes negras. Sin saber dónde cobijarse, se acurrucó bajo el grueso abrigo que, al parecer, repelía el agua. Y por primera vez se cuestionó realmente la causa por la que cada vez que despertaba en una nueva ilusión cargaba con aquella manta velluda. Recordaba haberla llevado la primera vez que había sido víctima de las alucinaciones que frecuentaba gracias a Malfoy. En aquella ocasión se había salvado gracias a El Colgante de Raphael ―un objeto altamente explosivo que no dañaba al portador en caso de posible detonación―, pero no recordaba haberlo llevado colgado del cuello antes de desprenderse del abrigo. Era como si ese saco de pelo hubiese intuido que iba a desprenderse de él y le hubiese proporcionado una forma de escape. Sonaba totalmente ridículo, pero sin duda esa era la sensación que había tenido al hallar el colgante flotando ante sus ojos.

Y la segunda vez… la segunda vez tras quitarse el abrigo había descubierto que en el interior de aquel clon malogrado de su mejor amiga residía la auténtica Ginny Weasley. Entonces había creído que había sido Malfoy el que le había mostrado la verdad, el que la había llevado ante la verdadera pelirroja y le había sacado de la ensoñación, pero ahora aquello le parecía tan estúpido como imposible. ¿Por qué Malfoy la libraría de una ilusión en la que podría haber conseguido engañarla totalmente? De haberlo querido, el rubio hubiese podido lograr que Hermione matase a Ginny creyendo que ésta sólo era una copia barata de la auténtica. Y, al plantear esa opción, la castaña se percató de que no hubiese vacilado a la hora de asfixiar con sus propias manos si era necesario a lo que había creído una ilusión creada por su enemigo.

Pero en esa ocasión no había ocurrido nada al quitarse el abrigo, al menos no había ocurrido nada que pudiese recordar.

Piensa, Hermione, piensa…


La tercera vez había escuchado una voz en su mente, una voz que le había incitado a quedarse allí y esperar. Al principio había deducido que había sido obra suya, pero ahora que lo rememoraba estaba convencida de que no. Ella hubiese partido lo antes posible hacia el fin del mundo en busca de Malfoy porque debía cumplir una promesa reciente y no podía romperla. Había jurado sacar de allí a Ginny e iba a hacerlo, y para eso tenía que acabar con su enemigo lo antes posible, antes de que éste pudiese adivinar sus intenciones y se le adelantase. Él tenía el control y ella no era más que un peón al que pronto sacrificarían si no hacía algo para remediarlo. Pero algo le decía que no debía dejarse llevar por sus emociones, que debía ser paciente y esperar a que él decidiese iniciar su propio juego. Aunque cabía la posibilidad de que estuviese a punto de perder por completo la cordura, se quitó de encima el pesado abrigo y lo palpó.

Satisfecha, atinó una bola de papel arrugado en el interior de uno de los cuatro bolsillos interiores. Colocándose de nuevo la manta a los hombros para evitar que la nota se despedazase bajo la lluvia, la desplegó y la leyó esperanzada:

La realidad reside en el choque de dos entes reales. Así mismo, la realidad subsiste gracias a la irrealidad, y es justo en ella dónde hallarás la liberación.


Perpleja, examinó el dorso del papel. No había nada más escrito en aquella escueta nota que no lograba entender. ¿Qué significaban aquellas palabras cargadas de secretismo?

―La realidad reside en el choque de dos entes reales―repitió una y otra vez en voz baja―…el choque de dos entes reales…

Y de repente su mente atinó una imagen reciente que antes no había tenido tiempo de estudiar. Vio la daga clavada en su vientre, una daga firmemente agarrada por los blancuzcos dedos de su enemigo. Esa era la única herida que había prevalecido al recobrar por unos breves minutos la consciencia. Todas las demás ―originadas en diferentes circunstancias― habían desaparecido de una visión a otra y nunca habían vuelto a manifestarse. ¿Eso significaba quizá que nada, a excepción de lo que Malfoy pudiese hacerle, era real?

―Sólo la realidad puede dañar a la realidad. Claro…―susurró para sus adentros―. Sólo puedo morir si él me mata y él sólo podrá morir si yo…―pero calló al releer la segunda frase citada en la nota―. La realidad subsiste gracias a la irrealidad… ¿qué significa?

El constante repiqueteo de la lluvia amainó hasta cesar. ¿Qué ocurriría ahora? No entendía cómo conseguir salir de allí, y ni siquiera sabía por qué seguía esperando a que alguien le chivase la respuesta. No conseguiría librarse de Malfoy si éste no se aparecía ante ella, lo que cada vez le resultaba más y más improbable. ¿Malfoy sabría ya para entonces que Hermione conocía la forma en la que podía hacerle frente? Antes nunca había planteado la opción de luchar contra él creyendo que sólo se trataba de un gasto inútil de energía, pero ahora…ahora lucharía con todas sus fuerzas. Y aunque no lograse salir de allí con vida, se prometió a sí misma que no se iría sin dejar a Malfoy en un estado deplorable.

―Por lo que veo no pierdes el tiempo.

Aquella voz…

―¿Has descubierto un modo de escapar? ―cuestionó con sorna―. Admito que me muero de curiosidad por ver que ha maquinado esa cabecita.

―Has estado espiándome, ¿verdad? ―farfulló Hermione levantándose de un brinco―. Espero que te hayas divertido.

―No lo creas. Resultas bastante… monótona.

Su tono de voz le crispaba como nunca. Saber que había estado espiándola le había puesto de mal humor. No es que no lo hubiese planteado, pero el hecho de que se lo confirmase con esa maldita petulancia conseguía sacarle de sus casillas.

―Lo bueno de la monotonía es que dura lo que uno quiera―rugió alzando con el pie un puñado de arena.

Malfoy, entre sorprendido y furioso, bramó diferentes improperios frotándose los ojos, momento justo que Hermione aprovechó para dar el primer golpe, pero algo salió mal. A pesar de haberle cogido desprevenido la primera vez, la segunda acción fue tan esperada como bien anulada. El rubio, manteniendo todavía los ojos semicerrados, asió con fuerza el brazo de la castaña ―antes de que éste le golpease la nuca― y lo dobló de tal forma que la chica cayó al suelo hecha un ovillo.

―¡¿Creías que podrías vencerme utilizando un truco tan rastrero y típico de nuestra estirpe?! ―gruñó pegándole una patada en el vientre. Hermione se retorció sin dejar de observar a su enemigo―. Creía que los aurores promulgabais el juego limpio. ¿Y sabes lo mejor de todo? ―golpeó una vez más el cuerpo de la muchacha haciendo que ésta aullase de dolor―. Que han sido esos inservibles escrúpulos los que han garantizado nuestro triunfo. ¿Qué paradójico, verdad?

Los dientes de Hermione chirriaron de pura ira. No iba a permitir que ese espécimen alardease de una victoria que todavía no se había proclamado en el mundo mágico. Todavía no había vencedores ni vencidos, e iba a demostrárselo costase lo que costase.

Sin pensar, alargó la mano para coger el tobillo del chico y se impulsó clavando los pies en la arena consiguiendo que éste perdiese el equilibrio. Ahora ambos estaban en igualdad de condiciones.

―Maldita hija de…

Hermione se lanzó sobre Malfoy con la esperanza de hacerle el máximo daño posible, pero por desgracia no era capaz de hacerle frente. El rubio era más fuerte, ágil y estaba mejor alimentado que ella. No podía ganar una batalla en la que ya de por sí no tenía ni la más mínima posibilidad de salir triunfante.

Apenas dos segundos tras haberse lanzado sobre su enemigo, Hermione se encontraba sobrevolándolo y un segundo después todo desapareció entre la penumbra. Había cruzado la línea, él la había lanzado al otro lado. Por un instante pensó lo peor, pero todo su temor se desvaneció cuando el rubio se lanzó de nuevo a su captura atravesando el linde invisible entre el día y la noche.

Lo siguiente ocurrió tan deprisa que la mente de Hermione no fue capaz de captar lo sucedido hasta pasados algunos segundos del acontecimiento. Con los nervios a flor de piel, la castaña se hizo con el único instrumento que halló en el lugar y con el único con el que podía defenderse del depredador que la acosaba. Sin meditarlo, agarró del suelo un tronco astillado y lo colocó frente a ella justo antes de que Malfoy se lanzase a su encuentro. A continuación sangre…, sangre y demasiada agonía plasmada en un solo rostro.

La castaña parpadeó reiteradas veces sin poder asimilar lo acontecido. El grueso tronco de madera había atravesado el tórax de su enemigo, cuya sangre resbalaba entre los dedos temblorosos de Hermione acusándola de un crimen que desde el principio había deseado cometer y que ahora no era capaz de sobrellevar. La escena era tan cruel y despiadada. Sus ojos estaban anegados de lágrimas de arrepentimiento por haber sido la causa de una muerte tan lenta y brutal. Ahora debía esperar a que Malfoy se desangrase para poder escapar de allí. Era eso o rematarle, cosa que no creía poder hacer sin ayuda de una varita mágica.

―Yo…―balbuceó ella sin ser capaz de soltar el arma que empuñaba. Gruesas lágrimas lograron escapar de sus párpados desnudándola ante él. Se sentía sucia y débil a la vez. Era como si mostrase abiertamente la monstruosidad que acababa de cometer ante un verdugo. Era incoherente y sencillamente estúpido sentir lástima por él. Se lo merecía, era su enemigo. Malfoy se lo merecía, y sin embargo no era capaz de autoconvencerse de ello. ¿Qué coño le pasaba?

Sin poder preverlo, Draco la agarró de los brazos y se impulso hacia adelante haciendo que el tronco se deslizase en el interior de su cuerpo ante los ojos compasivos de su rival.

―Basta―imploró Hermione sin ser capaz de mirarle a los ojos. Podía sentir sin esfuerzo cómo sus manos frías la agarraban con fuerza. Era como si quisiese hacerle sabedora de todo el dolor que estaba sintiendo. Sin decir palabra, el rubio la arrastró hacia él consiguiendo al fin que los trémulos dedos de la castaña colisionasen suavemente con la piel rasgada de su pecho―. Por favor, basta―imploró sin poder contener los gemidos provocados por un llanto que jamás había creído poder engendrar por un ser como el que estaba muriendo ante sus ojos.

Malfoy reclinó el rostro sobre el hombro de la castaña, que dio un respingo de sorpresa. El aliento arrítmico de éste la inquietó hasta el límite de abrazarse a él a la espera de que su sufrimiento cesase cuanto antes.

―Granger…―susurró junto a su oído.

―No hables―le ordenó con la voz quebrada. Era increíble que pudiese compadecer tanto a un ser como Draco Malfoy, el enviado del mal, el Dios de la muerte y la destrucción. ¿Por qué debía sentir lástima por él como la habría sentido por cualquier otro auror? No lo entendía, no era lógico.

―¿Sabes qué?

―No deberías hablar―repitió Hermione entre mordaz y perturbada por sus emociones.

―Quería librarme de ti lo antes posible―murmuró alzando levemente el rostro para contemplarla por el rabillo del ojo―, pero acabo de descubrir que matarte lentamente puede ser mucho más entretenido de lo que pensaba.

Y sin dejar que ella se recompusiese de la extraña revelación, Malfoy la empujó al suelo y se extrajo el tronco del cuerpo no sin proferir alguna que otra exclamación de dolor.

―Ahora que ya has descubierto que no puedes matarme―declaró lanzando el arma junto a Hermione, que la observó horrorizada justo antes de volver la vista hacia su rival―, ¿qué vas a hacer?

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